Llegó con su congoja encima, se apersonó en la ventanilla de recepción y se encontró con una secretaria que hubiera sido el orgullo del santo Job de haber sido su hija, porque la paciencia que mostraba, aunque es una virtud en muchos otros casos, resultaba desastrosa para las urgencias (qué bien empleado el término en este caso) del paciente, que se sentía verdaderamente mal.
No obstante, la recepcionista le dijo:
—Siéntese, y ahorita le llamamos.
Ese “ahorita” duró 20 minutos, hasta que nuestro enfermo de plano se desesperó y se fue a buscar otro hospital donde lo trataran como corresponde a un enfermo con prisas.
Al abandonar el lugar, nuestro protagonista ya no tuvo oportunidad -si así se le puede llamar- de probar su tolerancia, porque lo siguiente era que le llamaran a la media hora y le pidieran que firmara una larga serie de formatos mediante los cuales aceptaba que el hospital no tenía ninguna responsabilidad legal en caso de que... bueno en cualquier caso que se le ocurra a usted, bondadosa lectora, o a usted, sacrosanto lector.
También perdió la oportunidad nuestro protagónico paciente de finalmente ser atendido por un médico, que en realidad era un muchacho recién salido de alguna Facultad de Medicina, sin ninguna experiencia y con muchas ganas de aprender... echando a perder.
Resulta que muchos hospitales privados están concebidos primordialmente como negocios, no como lugares para tratar enfermedades o salvar vidas. La economía es lo que priva en ellos, y la necesidad de ganar el máximo posible de dinero, así que contratan a un recién egresado y le pagan un sueldo miserable. Eso de llegar y ser tratado por un urgenciólogo experimentado en ese tipo de lugares es algo impensable, porque le costarían muy caros a la empresa, y la ganancia se reduciría.
Eso sí, a la hora de cobrar, el hospital se sirve con la cuchara grande, y paga uno como si hubiera sido atendido por verdaderas eminencias de la medicina.
Por eso es que me permito recomendar que si tiene usted una urgencia, no acuda al Hospital Ángeles de Xalapa, aunque le quede cerca, porque en cualquier emergencia la atención rápida y oportuna es crucial, y esa ahí no la conocen ni la ejercen, aunque sean tan onerosos sus servicios.
Dije que nuestro amigo con problemas de presión optó por salirse a buscar otra clínica en donde lo trataran debidamente... Como pudo, llegó al Sanatorio San Francisco, entró, fue atendido de inmediato, lo pasaron con una enfermera que le tomó la presión y le dijo que ya estaba normal. Seguramente la larga espera habia hecho el milagro de que el enfermo recuperara sus niveles normales de funcionamiento.
Se fue con la recomendación de que reposara, y al día siguiente acudiera con calma a un doctor, para que lo revisara y medicara si era necesario.
Ah, y por esos 10 minutos de atención le cobraron solamente 20 pesos.
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