El más importante y controversial de todos hasta ahora es el que tiene que ver con la construcción del nuevo aeropuerto de la Ciudad de México. Durante toda su reciente campaña, López Obrador afirmó que el proyecto de edificarlo en Texcoco, puesto en marcha por la administración de Enrique Peña Nieto, estaba “tocado” por la corrupción y prometió que de ganar los comicios lo cancelaría de manera fulminante, pues él tenía su propia propuesta de llevar la nueva terminal aeroportuaria a la base militar de Santa Lucía.
Pero como ha quedado evidenciado para todos, incluido el Presidente electo, una cosa es la campaña y otra la toma de decisiones de gobierno. Luego de que un estudio mandado a hacer por el propio equipo de López Obrador determinó la inviabilidad de la propuesta de Santa Lucía y las monumentales pérdidas financieras que representaría la cancelación de las obras en Texcoco –que llevan un considerable nivel de avance y, por ende, de inversión pública-, nuevamente recurrió a la salida favorita: el aeropuerto va a consulta del pueblo. Total, que éste “nunca” se equivoca.
Pero el gran riesgo ni siquiera es que el pueblo se “equivoque” al “decidir” sobre temas sobre los que la gran mayoría de la población no tiene la más mínima idea, como las necesidades técnicas, operativas y financieras de un aeropuerto, por ejemplo.
El peligro es que detrás de esa aparente compulsión por “consultarlo” todo bajo un aura supuestamente democrática, se esconda la intención de justificar decisiones previamente tomadas que corran el riesgo, ése sí verdadero, de resultar ser un desastre, y del cual, en su caso, sería responsable no el gobierno ni quienes están al frente del mismo, sino el “pueblo” que, a la mera hora, sí se haya “equivocado”.
O para decirlo de otro modo. La “consulta” ciudadana ya se realizó y fue el pasado 1 de julio. Ese día, el proyecto de Andrés Manuel López Obrador fue refrendado con 30 millones de votos –como le encanta reiterar a sus seguidores-. Así que lo que tendrá que hacer a partir del 1 de diciembre, cuando asuma formal y legalmente el poder, será tomar decisiones y asumir sus consecuencias. Tanto las positivas como las negativas.
Huelga decir que bajo la figura de las “consultas” populares, a lo largo de la historia se han legitimado auténticas atrocidades, pues al ser los propios gobernantes los que las organizan, terminan siendo meros instrumentos de manipulación de las masas que, ilusamente, creen que realmente “decidieron” algo.
En México ya no estamos para más regímenes que evaden sus responsabilidades. Querían gobernar. Lo buscaron afanosamente durante los últimos 12 años. Ahora tienen la obligación de tomar las decisiones. Y de afrontar histórica y políticamente los resultados de las mismas. No hay más. ¿O si no para qué los queremos?
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