En campaña, López Obrador prometió que antes de tomar cualquier decisión al respecto, se escucharía la voz de las víctimas. Pero esta vez espetó: “tenemos que actuar en unidad, pensando que la patria es primero y estar dispuestos a perdonar. Lo dije en campaña y lo repito ahora, coincido con los que dicen que no hay que olvidar, pero sí estar a favor del perdón. Respeto mucho a quienes dicen ‘ni perdón ni olvido’. Yo les digo, olvido no, perdón sí”.
Planteamientos como el de la amnistía a delincuentes han generado controversia e incluso repulsa desde que fueron expuestos de manera ambigua por López Obrador durante su campaña. Y si bien al matizar la idea se ha afirmado que ésta alcanzaría sólo a quienes no son acusados de delitos graves –por ejemplo, los campesinos que tienen que escoger entre sembrar opiáceos o morirse de hambre o a balazos-, la sola posibilidad de ofrecer el indulto a asesinos sanguinarios genera escozor y rechazo. Y con absoluta razón.
No puede pedírsele a la madre de un hijo o hija desaparecido o muerto violentamente que piense que porque “la patria es primero”, tiene que perdonar a quien le arrebató a su ser querido, provocándole el más grande dolor de su vida, que no se repara con nada. Lo que merece es que se haga justicia y se aplique la ley.
Por otra parte, la idea del perdón tiene más que ver con una cuestión de religiosidad que iría aparejada con el arrepentimiento del verdugo y la resignación de la víctima. ¿Alguien cree, por citar un ejemplo, que los asesinos de la periodista Regina Martínez se arrepienten de haberle quitado la vida y callado su voz? ¿O que los ex funcionarios duartistas lamentan haberse enriquecido monstruosamente mientras el estado de Veracruz se iba a pique? ¿Por qué habríamos de resignarnos y “perdonarlos”? ¿A cuenta de qué se impondría a todos los mexicanos esa visión pseudo moral que implicaría un “borrón y cuenta nueva”?
Parte del hartazgo que derrumbó al régimen todavía gobernante se debió, entre diversos factores, a la condena social a un sistema que promovió la corrupción y la impunidad y que desató la violencia. El mandato de los ciudadanos el pasado 1 de julio no fue otro que el de hacer justicia. Sin adjetivos.
No el de perdonar a los criminales que rondan, soñando con ser deidad.
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