Las personas que estaban en la calle y Plaza Lerdo y las que desde la comodidad del hogar veían por televisión, afirman que, al menos que se hayan mantenidos ocultos, nadie más de la familia Yunes asistió a la fiesta mexicana.
Se escucharon algunos abucheos en su contra.
Es apenas un adelanto de lo que viene. La gélida soledad que invade al que está a punto de partir. El ominoso anticipo de la cosecha de un sembrador de tempestades.
Empleados despedidos injustificadamente por este gobierno, los humillados, los que no encontraron justicia y los que confiaron en que habría seguridad y se combatiría la corrupción cuentan las horas y los días que le restan a este gobierno. Buscan con la mirada el reloj instalado en la parte alta del Pasaje Tanos que marca la cuenta regresiva de Yunes.
Acaso desde el solio del poder, Miguel Ángel se consuela en su infinita arrogancia y abriga la remota esperanza de que la historia lo ubicará en el justo sitio que a su juicio merece.
Más de un millón de veracruzanos lo llevaron al triunfo hace dos años y pensaron –y lo deseamos hasta quienes no votamos por él-- que cumpliría los compromisos de campaña y sería un gran gobernador.
El mismo sábado en Córdoba, el gobernador electo, Cuitláhuac García Jiménez, expresó contundente denuncia:
--“Miguel Ángel Yunes está rematando los bienes del estado, está en el año de Hidalgo, y ese dinero también se lo va a clavar”.
Por si lo anterior no fuese suficiente para ahuyentarle el sueño al gobernador saliente, Cuitláhuac advirtió:
--“Se fue un ladrón, Duarte, pero hay un ratero, Yunes”
Mi pronóstico es que si Miguel Ángel no se comunica con Cuitláhuac –y con AMLO-- al grito de ya para reunirse y dialogar de manera civilizada, no podrá ni siquiera asistir a la toma de posesión el primero de diciembre… O tal vez ya intentó hablar y nadie le tomó la llamada.
Su futuro es incierto y la cárcel parece esperarlo con las rejas abiertas de par en par.
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