La reacción a este acto, que buscó hacer visible dicho problema ante la comunidad universitaria, fue virulenta. Las organizadoras acusaron haber recibido amenazas de represalias por parte de maestros y maestras, y hasta se les exigió “disculparse” por exhibir la conducta de quienes, a través del hostigamiento sexual, “refuerzan” su “virilidad”.
No solo las estudiantes están expuestas a esta situación. También las académicas y las mujeres que desempeñan tareas administrativas o bien liberan su servicio social. Quien esto escribe conoció de un caso en un organismo en el que una joven fue acosada de manera atroz por un trabajador sindicalizado, pero que ante la dificultad para hacer que una denuncia prospere y el riesgo en el que se sentía, prefirió abandonar su labor.
A la ineficaz respuesta de las autoridades universitarias –a las que las agraviadas acusan de ser, por lo menos, omisas- también hay que añadir la presión que ejercen los sindicatos, tanto de académicos como de personal administrativo, para impedir que las denuncias logren su cometido de castigar la violencia que se ejerce, al parecer, sin ningún problema dentro de la institución universitaria, pues operan como verdaderas mafias que se protegen entre sí.
En cambio, las víctimas reciben una dosis doble de violencia: al ser acosadas y hostigadas, y al terminar en la indefensión personal y jurídica por la deficiente atención y la nula protección que reciben de parte de las autoridades universitarias.
No basta con que se denuncien los actos de violencia. Es necesario que a las víctimas se les dé acompañamiento, asesoría jurídica e incluso psicológica, y sobre todo, que se les brinden garantías sobre su integridad personal.
En un estado como Veracruz, que es el número uno del país en cuanto a feminicidios, denuncias de esta clase deberían ser materia de atención inmediata y prioritaria. Pero por desgracia, se acostumbra reaccionar hasta que el daño está hecho. Y generalmente, nadie paga por ello.
Email: aureliocontreras@gmail.com
Twitter: @yeyocontreras |