Fuera de los anuncios, de los mensajes y de las declaraciones, no se tiene hasta ahora una obra de gobierno material que por lo menos se haya iniciado digna de resaltar.
La violencia y la inseguridad se incrementaron, el desempleo es mayor, no hay inversiones públicas ni privadas con la excepción de la de Nestlé, pero que ya estaba programada desde antes, hay desabasto de medicinas en los hospitales, no pudieron remover de la Fiscalía a su titular Jorge Winckler, ya perdieron la mayoría simple en el Congreso local, no han podido conciliar con la Iglesia, tienen a un secretario de Gobierno totalmente desgastado y que se dedica a todo menos a procurar la gobernanza, no intentan y no se preocupan por cabildear con la prensa, carecen de operadores políticos con experiencia y los pocos que tienen no los utilizan, están siendo rebasados por la delincuencia pero también por la sociedad civil que ante la ineficacia policiaca ha optado por hacerse justicia por propia mano, han aumentado los feminicidios…
No es ningún secreto que la administración se caracteriza por la división interna entre los colaboradores del gobernador y que la mayoría de las posiciones claves las controlan el Secretario de Hacienda Carlos Urzúa y un hijo de López Obrador (Finanzas y Planeación) y, sobre todo, la Secretaria de Energía Rocío Nahle (Secretarías de Gobierno, de Seguridad Pública –se sabe que sus titulares son concuños–, de Salud, de Turismo y la Contraloría, entre otras, algunos de cuyos titulares expresan abiertamente que su lealtad es con ella, a quien le deben el cargo, y no con el gobernador).
En su momento, en un inicio, se manejó internamente que cumplidos los tres primeros meses se haría una evaluación para ver qué iba bien y qué iba mal para actuar en consecuencia. Esta evaluación se haría bajo el criterio de que tanto el gobernador como el secretario de Gobierno son ingenieros y saben planear, planificar, y valorarían si los cimientos del sexenio eran los adecuados, estuvieran firmes, bien trazados y calculados y si las paredes que empezaban a levantar no estaban chuecas o endebles para, en su caso, demolerlas y corregir cuanto antes.
Hoy se cumplen tres meses y desde afuera (porque desde adentro siempre se ve o se cree que van bien) la vox populi está cierta que el gobernador Cuitláhuac García está a buen tiempo de sacudir el árbol, de deshacerse de lo que no le sirve y de lo que le estorba, de imponer a un equipo suyo con experiencia, de sus confianzas y lealtades, y salvar a su administración, muy joven por fortuna para él, y salvarse a sí mismo, así como de sustituir al presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso local y tratar de recuperar la mayoría simple y el control legislativo que ha perdido, como se demostró con el caso Winckler.
El secretario de Gobierno pintaba bien en un inicio, pero por su inexperiencia ha cometido errores que lo desgastaron ya, lo que lo tiene sometido al fuego mediático y de las redes sociales, donde ya nadie lo respeta, lo que es muy grave para quien se supone que conduce o debe conducir la política interna. El gobernador lo apoya y lo sostiene pero evidentemente ya no le sirve.
El secretario de Seguridad Pública tampoco ha presentado una estrategia eficaz para contener la violencia y la inseguridad, atenido a que venga la Guardia Nacional a rescatarlo. Su desconocimiento del Estado y del material humano bajo su mando tienen ya un muy alto costo que gravita en contra de la imagen del gobierno al que sirve o intenta servir. Tiene amigos que abogan por él pero los resultados son los que hablan.
El secretario de Finanzas y Planeación es hasta ahora el que mejores resultados ha dado. Cuida y lleva muy bien su parcela. Junto con Cuitláhuac le tocó bailar con la más fea porque no hay recursos. Administra la carencia. Ayudó bien a sacar los compromisos de diciembre. Si no puede pagar al menos atiende a proveedores a los que se adeuda, y recién la calificadora Standard & Poor’s le puso una estrellita en la frente al reafirmar la calificación crediticia del Estado, de mxBBB-, con perspectiva estable, pronosticando que la entidad podría alcanzar superávits operativos en torno al 2.5 por ciento de sus ingresos operativos, señal de que hay un buen manejo financiero.
Esas secretarías son puntales de la administración pero en el resto hay bueno y malo.
Por ahora falta saber cómo quedará el Presupuesto de Egresos y, seguramente derivado de ello, cómo ajustarán el Plan Veracruzano de Desarrollo.
Con ello definido se le presenta al gobernador la gran oportunidad para dar por saldados los compromisos de campaña y hacer a un lado a todos los improvisados y sin perfil a los que se colocó en diferentes cargos, e iniciar una nueva etapa relanzado su gobierno con veracruzanos con experiencia en la administración pública más que teóricos académicos.
La opinión pública, los veracruzanos en general, en especial quienes votaron por Morena, esperan y desean la sacudida y que se rectifique el camino, que se tome buen rumbo, que se relance la nueva administración y que se gobierne, bien. Que se gobierne a secas.
Hasta ahora la sociedad veracruzana no ha escuchado ni recibido un solo llamado a participar. Tres meses después debe convocarse a un gran pacto con todos los sectores de la vida pública de Veracruz y dejar atrás las diferencias políticas en aras de la unidad.
Debe aprovechar el gobernador García Jiménez que todavía lo respalda un buen grueso de veracruzanos que votaron por él y por López Obrador, antes de que sea mayor el desgaste, aumente el desencanto y pierda más capital político humano, porque por lo que se escucha en la calle, a ras de tierra, un significativo número de veracruzanos (muchos trabajadores o extrabajadores del gobierno y policías y sus familias) ya no sufragarían a su favor si volviera a aparecer su nombre en las boletas, porque se sienten defraudados.
Son apenas tres meses de seis años, todavía un buen tiempo para reconducir una administración que se veía prometedora. Todavía es tiempo. Los hechos, las decisiones, el tiempo nos dirán qué se decidió.
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