El Congreso de Veracruz aprobó el Plan Veracruzano de Desarrollo (PVD), documento que contiene el ideario y las líneas estratégicas y de acción que darán sustento a las actividades de una administración estatal que promete la trasformación de la vida institucional y social como respuesta a la aspiración y exigencia ciudadana.
Es oficial y legal el PVD, es decir la ruta por la que se supone se debe transitar para enfrentar nuestros problemas con rumbo y sentido, con método, y con ello cambiar las difíciles condiciones de vida en la entidad. Un documento que, partiendo de un diagnóstico serio, ofrece respuestas puntuales ante problemas específicos.
Es entonces una condición deseable para millones que esperamos que se resuelvan los malos procesos que han provocado demasiados y complejos problemas, asumir que en el PVD se encuentran los trazos que enfrentarán la inseguridad, la corrupción, la impunidad y el deterioro ambiental, flagelos heredados de anteriores administraciones, que ahora por fin tendrán soluciones.
Nuestro estado se debate entre la esperanza y el desencanto. Están aquellos que apuestan por mantener la aspiración legítima de que con este gobierno sucederán cosas significativamente mejores; los que por el contrario niegan cualquier oportunidad; y aquellos que piensan que puedan darse algunos cambios con esperanzas moderadas y dudas acerca de la capacidad de la nueva administración para modificar y mejorar una realidad cruda y dolorosa.
Lo cierto es que para obtener resultados, no es suficiente la esperanza o los buenos deseos, se requiere que la administración pública estatal cuente con una ruta clara y definida de trabajo, ceñida a una planeación estratégica y prospectiva que se supone ha modelado el contenido del PVD, y que el quehacer gubernamental sea el claro reflejo de su cumplimiento, superando lo hasta ahora visto, que dista mucho de poder reconocerse como una actividad institucional basada en la claridad del cómo y el que hacer.
El grado de complejidad de los problemas que tiene nuestro estado, obliga a sopesar con suficiencia las fortalezas y debilidades que rodean al quehacer institucional y establecer autocríticamente que la transformación ofrecida requiere la suma de esfuerzos, la incorporación de experiencias y capacidades, más allá de filias o fobias personales o ideológicas.
Los tiempos corren, las expectativas presentadas como garantías para el triunfo electoral son necesarias de cumplir, los discursos y reclamos de congruencia política y capacidades existentes aun presentes tienen que ser aterrizados en un día a día que no espera, en una sociedad altamente demandante que solo pide el cumplimiento de lo ofrecido.
Cambiar comportamientos, ser sensibles a la sociedad, ofrecer resultados con eficiencia y transparencia, reivindicar que hay una nueva forma de concebir y realizar las tareas en la administración pública fueron y siguen siendo los compromisos que se espera cumplan.
Ahora ya se tiene la ruta de viaje construida, se supone, desde esa forma nueva de ver y hacer la política pública, fuera de simulaciones y en pleno aprovechamiento de las expresiones ciudadanas y capacidades intelectuales de quienes leyeron e interpretaron las problemáticas existentes y la forma de resolverlas.
Dar oportunidad a ver que por primera vez el PVD sea la guía que encause y otorgue soluciones, puede ser tomado como ingenuidad, aunque yo preferiría tomarlo como un voto más de confianza que, en medio de nuestros pésimos momentos, sea posible de constatar.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
¡Tragedia ambiental! el 80 por ciento de la biomasa de insectos del planeta ha desaparecido en los últimos 30 años. |