Se sube una pareja. Hombre y mujer. Ambos lo que se podría decir “bien vestidos”. Al chofer lo despojan de sus ganancias del día. Conste… esto es en Xalapa.
Hace más de una semana, un amigo me platicaba que su hermano, de oficio Taxista, fue secuestrado, pero esto ocurrió en la zona conurbada de Río Blanco y Nogales. Por su rescate pidieron 200 mil pesos. ¡Sí! ¡200 mil pesos! Cuando lo escuchaba, en mi cabeza yo decía “¿Pues de dónde?” y como si me adivinara el pensamiento, me agregó el siguiente dato: “¡Quedó en 60 mil!”
Mi exclamación interna obedecía a que conozco amigos taxistas que viven al día… la situación no está muy cómoda que digamos, y mucho menos para hacer un “cochinito” que te asegure tal cantidad…
Mi interlocutor me comenta que hay notas que hablan de otros secuestros similares y aporta más datos:
Al igual que el ocurrido a su hermano, otro es perpetrado por una pareja joven, bien vestida, y en un momento del viaje, es amagado con arma el chofer y le cubren los ojos con una toalla sanitaria. Lo bajan de la unidad y tras ser despojado de sus pertenencias, lo pasan a la cajuela. El rescate, una cantidad a la que tal parece, es puesta para “negociar”. Lo interesante: es que las víctimas hablan de que son bien tratados por sus secuestradores… ¿Síndrome de Estocolmo? El asunto es si es con intención o sin ella.
En otra cosa coinciden los amigos de la zona conurbada de Río Blanco-Nogales: no creen que esta pareja esté vinculada con algún cártel, grupo delincuencial o parecido.
Quizás haya quien de inmediato relacione a esta pareja a los recuerdos de un Bonnie y Clyde, Raymond Fernández y Martha Beck o David y Catherine Birnie, aunque la diferencia es que hasta donde se sabe, la pareja que secuestra como la que roba en Veracruz, a diferencia de las parejas que han hecho historia en el canon criminal, no han lastimado y tampoco matado a sus víctimas.
Como sea, parece que tanto en la zona de Río Blanco-Nogales, como la de Xalapa, hay quienes encontraron en los taxistas un modus operandi que les reditúa ganancias, quizás no tan jugosas pero las suficientes para sus intereses.
Mi amigo el taxista, con el que inicio esta lectura, está interesado en colocar videocámaras en su unidad como una manera de desalentar cualquier intento de robo o secuestro.
La situación de los ruleteros es harto complicada, porque por un lado, tienen que enfrentar la criminalización por apariencia de un potencial pasajero; corren el riesgo de que hasta una pareja bien vestida y educada los secuestre, y para rematar, el temor de que un día, al despertar, su carro, su fuente de ingresos, haya “desaparecido”... ya no es negocio ni tener taxi ni ser taxista y menos con unos “Bonnie y Clyde” por allí sueltos.
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