Hace mucho tiempo, quien esto escribe era una joven recién egresada de Sociología de la UNAM y me gustaba usar falda, en realidad, me sigue gustando, pero me he rendido a la comodidad del pantalón. Trabajaba en la Facultad de Medicina de la UNAM y en las oficinas centrales del Politécnico en Zacatenco. Alejados como estaban mis trabajos, decidí vivir en la zona norte; la colonia Lindavista era punto de referencia laboral obligado, pero también personal y social.
Un día de tantos, como a las tres de la tarde, caminaba cerca del cruce de Av. Politécnico y Montevideo. Llevaba una falda blanca, estaba cómoda con mi imagen y con mi atuendo. Lamentablemente también les gustó a dos policías que estaban cerca del Sanborns, pues comenzaron a decirme, no piropos sino obscenidades. Con la rabia contenida decidí que lo mejor era alejarme de ese lugar, pues era la época en que un policía podía cometer cualquier delito o arbitrariedad de la manera más impune.
Las calles de la ciudad estaban quebradas por muchas partes; era el tiempo de la construcción de los ejes viales. También lo estaba la esquina en la que transitaba y donde los policías me disparaban frases ofensivas, quizá según ellos, elogios. Al caminar en sentido contrario a donde se encontraban los polis, debido a las obras, me caí. Los policías se rieron hasta que quisieron. Con mi orgullo maltrecho, el enojo reprimido por la agresión de esos “guardianes del orden” y las rodillas sangrantes entré a la tienda Sanborns para recomponerme un poco.
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Recuerdo con nitidez ese incidente como si hubiese sido ayer, con el mismo enojo y frustración de entonces. Mi militancia feminista data de hace muchos años y no podía soportar la idea de que esos hombres, pagados por el erario público sintieran que su investidura de policías y el hecho de ser varones les otorgaba el permiso de agredirme verbalmente sólo por el hecho de ser mujer y no pasaba nada. Lamentablemente, no lo sentían, lo sabían de sobra. Si yo me hubiera dirigido a una delegación de policía a quejarme de esos dos uniformados, hubiera tenido que esperar horas a que me atendieran (eso no ha cambiado significativamente) y lo más probable es que el Ministerio Público también se hubiera reído en mi cara, y no por mi caída, sino por mi ingenuidad de pensar que esos policías podían ser sancionados por agredir verbalmente a una mujer. Si actualmente, tantos años después, en varias agencias del ministerio público llega una mujer a intentar denunciar a su marido por violencia física y el agente le pregunta ¿y ahora qué le hizo a su esposo?
Sin duda, ha habido cambios desde entonces. Las mujeres han alzado la voz. Eso y no otra cosa, es lo que los políticos han tenido que escuchar porque saben que atender los reclamos de las mujeres conlleva un capital político que siempre ambicionan, especialmente en épocas electorales.
La sensación de poderío e impunidad por parte de los cuerpos policiacos, sin embargo, no se ha desterrado. Cuatro policías han sido denunciados por violación en Azcapotzalco. Es sabido que al filtrar información sobre una denuncia de esta naturaleza se coloca a la víctima en una situación vulnerable, muy vulnerable y quizá por ello trascendió. Esta joven de 17 años, la víctima, se armó de valor para presentar la denuncia por violación multitudinaria. Se llevó a cabo en una patrulla comprada con los impuestos de la población, pero ellos decidieron usarla como hotel para cometer el delito. Es decir, su empleo les proveyó de los instrumentos para cometer las fechorías: un arma con la que obligan a la víctima y un vehículo tanto para violar en ella a la joven (en caso de que sea la única), como para huir, si lo necesitan.
¿Cuántas mujeres han sufrido violencia sexual por parte de policías? Seguramente muchas. Yo puedo considerarme afortunada porque la violencia fue sólo verbal, pero deben ser legión las mujeres que han sufrido violencia física y sexual sin haber podido hacer nada.
Esa es la razón por la que ahora protestan las mujeres. Esa es una razón válida. ¿Qué le aventaron diamantina al secretario de Seguridad Pública? Cualquiera puede decir que no está bien, yo misma lo creo, pero ante el hecho de una violación multitudinaria contra una menor de edad, se debería endurecer un poco más su delicada piel. Enfadado, ignoró a las mujeres que protestaban.
Además de las contradicciones entre el secretario de Seguridad Pública y la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, sobre si estaban acusados o no, Sheinbaum cometió una pifia. Aseguró, refiriéndose a los actos vandálicos, que eso no era una protesta, era una provocación. Soltaron las versiones de que detrás del grupo de protestantes estaba gente del PRD. Es cierto que el vandalismo puede convertir una buena causa en un hecho atacable, pero no le quita validez a la protesta.
En el preescolar de política se ve que los contrincantes aprovecharán cualquier error para socavar el poder del antagonista. Los morenistas ya deberían contar con ello para actuar y para definir su estrategia de comunicación en situaciones de crisis. ¿Y qué si hay gente del PRD, del PAN, del PRI o, todo es posible en este mundo, de Encuentro Social? ¿Acaso eso le quita legitimidad a la protesta? Pero, además, en este intento de culpar a un enemigo real o inventado en este caso, parecen no darse cuenta de que vuelven a ofender a las mujeres. ¿Acaso sólo dirigidas por un partido político podían las mujeres agruparse para manifestar su repudio a la violación de una niña?
Ahora resulta que no ubican a los policías. Saben qué día fue, la hora del delito, el lugar, pero “necesitan” a la víctima para que ayude a identificarlos “porque no saben quiénes son”. Con todo el manoseo del caso, quizá lo último que se obtendrá será justicia para la víctima. Una jovencita que muy por las malas aprendió que los encargados de su seguridad pueden ser sus mayores enemigos, los que pueden marcarle lastimosa y muy negativamente la vida.
Por si tenían alguna preocupación las mujeres que protestaron por la agresión, el secretario de Seguridad Pública declaró que no presentará cargos contra ellas por haberle aventado diamantina rosa. Hubiera sido más agradecible que informara de la detención de los responsables y el proceso a que serán sujetos por el hecho de ser servidores públicos, lo cual agrava el delito. Parece que la diamantina no le causó ningún daño severo al frágil y sensible secretario.
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