La “caja china” funcionó y el debate dejó de centrarse en el tema de Culiacán para colocar en el clima de opinión las teorías de la conspiración presidenciales, con lo que de paso también mandó un mensaje a los militares que abiertamente han expresado el malestar que permea entre ellos por el maltrato recibido de parte del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas, quien además de ordenarles la liberación de un criminal capturado y la inacción contra infractores en flagrancia, exhibió irresponsablemente el nombre de uno de los oficiales involucrados en el mencionado operativo, sobre quien pretende además cargar la culpa de la pifia.
Cumplido el objetivo, el presidente de México apaciguó a sus redes –que lanzaban incendiarias consignas contra los imaginarios “golpistas” de la entelequia que llaman “PRIAN”-, afirmando el domingo que “no hay nada que temer, vamos muy bien porque estamos cumpliéndole al pueblo y el pueblo nos está apoyando, nos está respaldando”.
Pero el lunes volvió a la carga. Para intentar evadir –como es costumbre- la responsabilidad de su administración y la suya propia en la campaña de días anteriores contra los periodistas, López Obrador llevó a su “homilía” matutina al titular de la Unidad de Información, Infraestructura Informática y Vinculación Tecnológica de la Secretaría de Seguridad para que presentara un supuesto estudio en el que achacó la operación de la marejada de bots en redes contra los medios al hijo del ex presidente Felipe Calderón, al ex secretario peñista de Educación Pública Aurelio Nuño y al diputado federal del PAN Juan Carlos Romero Hicks.
Empero, la metodología del “estudio” fue cuestionada por entidades académicas como el Signa_Lab del ITESO de Guadalajara, pues se detectó que los hashtags fueron impulsados por cuentas que tuitean loas y defensas a ultranza de López Obrador.
Y mientras la Secretaría de Seguridad y Participación Ciudadana y en general el aparato del Estado mexicano encabezado por el Presidente de la República se divertían jugando en Twitter, este lunes en Sonora tres madres que viajaban en tres vehículos acompañadas por catorce niños, fueron víctimas de una emboscada de un grupo armado. El saldo: nueve personas asesinadas a sangre fría, acribilladas y calcinadas. Las tres mujeres y seis de sus hijos menores de edad, incluidos bebés.
La brutalidad de estos hechos paró en seco la verborrea del gobierno mexicano, cuya capacidad reactiva en momentos de crisis es nula. Hasta el martes 5 de noviembre, el presidente López Obrador salió a dar la cara, si es que a lo que dijo puede llamársele de esa manera.
“Lamento mucho tener que seguir hablando del pasado, pero sí tengo que decir que Salinas es el padre de la desigualdad. Fox prometió un cambio y se convirtió en un traidor. De Calderón, que se robó la Presidencia y declaró la guerra. Y de Peña, pues también voy a seguir hablando”, dijo el titular del Ejecutivo federal, mientras plañía que la violencia no empezó el pasado 1 de diciembre, cuando asumió el poder.
Ciertamente no. Pero a casi un año de gobernar al país, el lopezobradorismo es un fracaso en sí mismo. Y uno monumental en materia de seguridad. Y por si algo pudiese ser peor aún, en el más reciente hecho de violencia las víctimas fueron ciudadanos estadounidenses, lo que abrió la puerta a una intervención del gobierno de Donald Trump, que se ofreció de inmediato a “exterminar” a los cárteles de la droga, mientras en el Congreso norteamericano se motejaba la “estrategia” de “abrazos y no balazos” del presidente mexicano como una “política de cuento de hadas” y se comenzó a hablar de “tomar las cosas en nuestras manos”.
Es lo que pasa cuando se cree que gobernar es bien “fácil”.
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