Una cosa es cierta, el cuadro de Cháirez pintado en 2014 ha disparado su precio debido al escándalo. El más llamativo hasta ahorita, es el que integrantes de la UNTA (Unión Nacional de Trabajadores Agrícolas), hicieron en Bellas Artes donde varios miembros de la comunidad LGBT fueron agredidos a golpes.
Jorge Zapata González, nieto del caudillo, aseguró que su abuelo no era un “pinche maricón” sino macho entre los machos, y que la pintura de Fabián es denigrante y una aberración a la historia.
Pero la hija de don Porfirio, Amada Díaz, que se casó con el potentado Ignacio de la Torre y Mier dice lo contrario.
En su libro “El álbum de Amada Díaz”, el escritor Ricardo Orozco habla del diario que esta sufrida mujer escribió y donde deja constancia de la relación entre su esposo con Emiliano Zapata. En ese tiempo se dijo que en más de una ocasión Amada encontró a otros hombres en pleno jaleo sexual con su marido.
Pero ni Amada ni Orozco no son los únicos; son varios los que han comentado sobre el tema. Uno de ellos fue Manuel Palafox que por años fue el hombre de confianza de Zapata.
En las altas esferas de la sociedad porfiriana eran un secreto a voces las preferencias sexuales de Ignacio de la Torre y Mier, que paradójicamente desconocía don Porfirio… hasta que el tipo se casó con su hija.
Durante el porfiriato, era algo más que un pecado mortal que un matrimonio se divorciara, por lo que Amada estuvo casada con Nachito hasta su muerte; aunque vivieron en casas separadas y sólo se les veía juntos en reuniones de la socialité para guardar las apariencias, que en este caso estaban muy ventiladas.
¿Dónde se conocieron Nachito y Emiliano? La versión más fidedigna indica que fue en 1906 en la hacienda de San Carlos Borromeo, en Cuernavaca. Cuatro años antes de que estallara la Revolución.
Aunque no hay nada más sobre ese encuentro, es cosa de imaginar cómo se puso el cuarentón de Nachito al ver a aquel mozo de 27 años que desparramaba virilidad por los poros; atlético y ancho de espaldas, de facciones recias pero atractivas, tupido bigote y mirada penetrante que salía de unos ojos negros como la noche. (Aunque algunos historiadores dicen que eran verdes y otros color miel. Pero para las necesidades de Nachito el color de ojos debió valerle gorro).
De lo que sí hay constancia es que se lo llevó en calidad de caballerango a su residencia en Plaza de la Reforma donde Zapata vivió por seis meses.
Las malas lenguas que nunca faltan murmuraron por un tiempo que lo único que montó el joven caballerango fue a Nachito.
¿Zapata era bisexual? Quizá nunca lo sabremos y eso propaga las especulaciones.
Pero si lo fue o no lo fue eso qué; ese asunto pertenece a su vida privada y debe quedar en ese terreno. Sobre todo si Zapata nunca lo hizo público.
La vida sexual del caudillo como la de cualquier persona debe respetarse y punto. Lo importante es lo que hizo por su gente en una de las gestas más emblemáticas en la historia de este país. Por lo que los gritos, amenazas y golpes de sus nostálgicos seguidores salen sobrando, entre otras razones, porque Zapata no es de su exclusividad. Como héroe, Zapata es de todos los mexicanos.
Lo único que lograrán como cruel contrasentido a su machismo es algo que ni el propio Emiliano hubiera permitido. Y va de cuento.
En el pasado desfile del orgullo gay en la Ciudad de México, ondeó la imagen de Zapata en una bandera multicolor lo que provocó que más de una ceja se levantara. A raíz del escándalo por la pintura de Cháirez entre zapatistas y miembros de la comunidad LGBT, es seguro que para su marcha del próximo año éstos multipliquen por cientos (o por miles) la imagen del caudillo en sus banderas.
Con lo anterior, el viril recio y macho revolucionario de Anenecuilco, pasará a ser uno de sus símbolos.
Y no lo soltarán nunca; estará con ellos hasta el fin de los tiempos.
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