Su Secretario de Comunicaciones le recomendó continuar con el aeropuerto de Texcoco y olvidar Santa Lucía; de hecho, le sugirió que para justificar su cambio de decisión ante la opinión pública, presentara los diagnósticos de expertos internacionales, y así no tendría que aceptar haber cambiado de opinión. No quiso escuchar.
Su asesor jurídico, Julio Scherer, intentó convencerlo de remover a Manuel Barttlet de la CFE, ante los fuertes cuestionamientos por presunto enriquecimiento ilícito en su contra, y ya “en corto”, desmarcarlo de cualquier investigación al respecto. AMLO decidió no escuchar.
Su Jefe de la Oficina Presidencial, hombre de toda su confianza, Alfonso Romo, le sugirió retirar el tema de rifar el avión, pues a todas luces era irrealizable, además de un gran botín de crítica para la oposición. No lo consideró. Lo único que hizo fue sortear dinero, como un ejercicio más de la Lotería Nacional, pero sin dejar de usar al avión como símbolo de “rifa”, a pesar de las observaciones que le efectuaron.
Incluso, el Presidente recibió recomendaciones de la Casa Blanca, y del propio Procurador “gringo”, William Barr, de repensar la permanencia de Alfonso Durazo como Secretario de Seguridad Ciudadana, posterior al operativo fallido para capturar a Ovidio Guzmán. Tampoco lo consideró.
De las pocas recomendaciones que AMLO ejecutó fue solicitarle a Evo Morales que abandonara el país, y lo hizo sólo porque no fue sugerencia, sino una exigencia de Donald Trump.
El Presidente no escucha a sus Secretarios, y muy probablemente siga sin hacerlo en lo que resta de su mandato. Ellos lo saben, y ya se ajustaron.
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