Para nadie es un secreto que después de la elección del 2018, el PRI no encuentra rumbo presente ni futuro. Jala oxígeno de donde puede, buscando mantenerse a flote, aunque para ello deba sonreírle al que antes veía como “apestado”. No importan los modos, la idea es sobrevivir hasta que vengan mejores tiempos.
Más allá de lo que los propios priístas puedan decir, (quienes por mera lógica humana y política negarán mil veces su realidad, pues es parte del juego), lo cierto es que cada vez son más los tricolores que en un chispazo, (en su afán de supervivencia), cambian de camiseta y se vuelven morenistas de ocasión.
No sólo se les ve perdidos, también asustados, temerosos por lo que el Gobierno en turno pudiera saber de ellos, de sus presuntas tropelías, de cuando quizá se “portaron mal”. Y es que el miedo no es de “a gratis”, pues por muy limpios que estén, la “cacería de brujas” podría barrer parejo.
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Noto a los priístas cuidando sus palabras, midiendo los alcances de cada frase que mencionan, previendo no les caiga la noche con un “cariño” de la Unidad de Inteligencia Financiera, o alguna leve mención durante “las mañaneras”.
Podríamos pensar que los priístas se encuentran, en general, intimidados, pero tampoco olvidemos que es un partido acostumbrado a sobrevivir, a mantenerse a flote, a renacer cuando parece destruido, de ahí que ahora sean, porque así lo necesitan, morenistas de ocasión.
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