Y nadie dijo nada. El maestro siguió en su empleo como si nada. La alumna que fue acompañante del maestro aprobó el examen sin problema alguno. No faltó quien la criticara a ella solamente por usar su belleza como instrumento para aprobar. Fuera de la amenaza que se le hacía en clase y que era más para que se comportara “barco” que por una intención real de denunciar su abuso, no pasó absolutamente nada, pues aunque la alumna hubiera accedido a una relación sexual con el maestro, él utilizó su posición de autoridad y el poder que le otorgaba ser quien asentaba las calificaciones. Años más tarde, cuando yo trabajaba en la UNAM, lo encontré en Ciudad Universitaria y me enteré que no sólo daba clases en la preparatoria sino también en la Facultad de Filosofía y Letras. Inmediatamente pensé que si se conducía de manera deshonesta con las alumnas de preparatoria, quizá con mayor razón lo hacía con las de licenciatura. En la preparatoria era un secreto a voces lo que hacía el profesor.
Ahora sabemos con certeza que no fue el único, ni antes ni ahora. Se acumularon los casos y se acumuló el silencio. En aquel entonces, aunque alguien lo hubiese denunciado nada habría pasado, había un director tan complaciente que los entonces integrantes de la sociedad de alumnos, que se conducían como mala copia de una mafia, utilizaban la oficina del director como si fuera la de ellos. En una ocasión, en que un grupo de compañeros y yo hicimos un periódico mural sobre el golpe de Estado en Argentina, lo destruyeron. Nos quejamos, pero el director nos aconsejó calmarnos. Total, sólo era un papel el que habían destruido. “Hablaría con ellos” nos dijo. Pero continuaron a sus anchas en la oficina del director y sin la menor muestra de que les hubiese llamado la atención.
Si una autoridad universitaria no atendía ese atentado a la libertad académica, menos hubiera tomado acción alguna contra un maestro por aprovechar su cargo para obtener favores sexuales.
El problema ha crecido con los años, los casos no sólo se han acumulado sino que se han agravado. El abordaje del tema laboral en estas circunstancias se convierte en una papa caliente para las autoridades por la intervención sindical y, claro, han preferido mirar hacia otro lado.
Que hay “mano negra” en las movilizaciones y toma de instalaciones, no lo sabemos de cierto. Conociendo la política mexicana, puede ser que los malquerientes del rector estén avivando el fuego, lo único que no pueden negar es que la leña del acoso y las violaciones a los derechos de las mujeres universitarias allí estaba. Sólo era cuestión de esperar el caso que prendiera el cerillo. La violencia de género no se inventó para hacer quedar mal a las autoridades. Cuando comenzaron las protestas sólo se destapó una cloaca maloliente que estaba por desbordarse.
Y sí, lo de la mano negra, también resulta un insulto para las mujeres universitarias, porque con esta “explicación” se las tilda de incapaces de organizarse para protestar. Quiere decir que sólo si alguien las “guía” se atreven a manifestarse, en lugar de reconocer que se desatendió un problema que todos conocían. Si la protesta favorece los intereses políticos de alguien y hace quedar mal a las actuales autoridades, es un resultado colateral por tanto años de pasividad, complicidad y silencio. No es la primera vez que ante un abuso es suficiente con que alguien se atreva a decirlo sin miedo para juntar a todos los que han callado. Así han sido la mayoría de los movimientos de la sociedad civil.
Sería una pésima señal que la UNAM prefiera buscar “la mano negra” en lugar de solucionar un problema que ya es inocultable y que se exacerba en el contexto de violencia contra las mujeres que se vive en el país.
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