No bien había pasado una tormenta para el gobierno de Andrés Manuel López Obrador por su torpe respuesta a las protestas de grupos feministas y a los airados reclamos por su inacción e indolencia ante la oleada de feminicidios en el país, cuando una nueva tragedia, el asesinato miserable y salvaje de una pequeña de siete años, mantuvo este tema en el centro de la discusión pública este lunes.
De igual manera que la semana pasada, un gobierno timorato y cobarde buscó eludir sus responsabilidades a toda costa, buscando en cambio seguir peleando con los fantasmas del pasado, esos causantes de todos los males que, no hay que olvidarlo, quienes hoy tienen el poder prometieron solucionar.
Para el presidente López Obrador, la culpa de todo es del “neoliberalismo” y que lo que se necesita en México es “seguir moralizando, purificando la vida pública” a través de entelequias como la dizque “constitución moral”, mientras llama a dejar de lado “lo material, lo que deshumaniza”.
A un problema social y de índole criminal que se le ha salido de las manos al régimen, el presidente respondió con sermones, evidenciando de nueva cuenta que vive en otra realidad, en la de su megalómana aspiración a convertirse en una especie de “héroe patrio” por el simple hecho de haber ganado la Presidencia de la República. Como si para ganar un lugar en las efemérides históricas no hiciera falta hacer nada más desde ese espacio. Por ejemplo, gobernar.
La respuesta de otros actores de la llamada “4T” ha sido tan o más lamentable que la del propio titular del Ejecutivo federal. Verbigracia, en el caso específico de la pequeña de siete años ultrajada y asesinada, que respondía al nombre de Fátima, desde el gobierno de la Ciudad de México se filtraron documentos en los que se hace referencia a entornos de violencia en su ámbito familiar, mientras que la propia fiscal capitalina, Ernestina Godoy, declaró en medios de comunicación sobre supuestos problemas mentales de los padres, buscando cargarles la culpa y criminalizándolos. Como si con eso se justificara el atroz crimen.
La ausencia de empatía y solidaridad del lopezobradorismo con las víctimas de la violencia en general –ahora hay que respetar a los criminales, pues también son seres humanos, dice López Obrador- y con las mujeres violentadas en particular, ha abierto un boquete en el régimen, quizá el único que realmente lo ha hecho tambalear luego de poco más de un año de desatinos que poca mella le habían causado.
El enojo, la desazón y el desengaño se extienden entre un número cada vez más grande de personas que creyeron en las promesas y se crearon la expectativa de un gobierno que significara un verdadero cambio y que, en su lugar, solo busca perpetuarse en el poder.
Si no rectifican, la violencia feminicida será la tierra que cubra una tumba abierta por la indolencia y la soberbia.
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