Si el manejo de la crisis del coronavirus por parte del gobierno había sido lento, poco claro y en opinión de muchos tardío, la actitud del presidente y de gobernadores como el de Veracruz entra en el terreno de la más absurda irresponsabilidad.
La negativa del presidente Andrés Manuel López Obrador a dejar de hacer giras y eventos multitudinarios por el interior de la República, bajo el pretexto de que no puede perder su “cercanía con la gente”, representa un acto de inconsciencia cuasi criminal por varios motivos. En primerísimo orden, porque se pone en riesgo a sí mismo.
En este caso, apelar a las “convicciones” del mandatario para exponerse a un contagio que, por su edad y condición de salud sería potencialmente muy riesgoso, es completamente falaz. Desde el 1 de diciembre de 2018, su vida es un asunto de seguridad nacional. No se representa a sí mismo sino a todo el país y, por ello, ignorar los llamados a evitar la concurrencia con grupos numerosos de personas pone en peligro la propia investidura que dice cuidar, así como la estabilidad de la nación.
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No solo eso. Al hacer caso omiso de los llamados al aislamiento social emitidos por su propio gobierno y encabezar aglomeraciones públicas, envía un pésimo mensaje a la población, que al ver al Presidente de México como si nada rodeado de cientos de personas a las que besa y abraza, evidentemente también va a desestimar la gravedad de la pandemia del Covid-19. Baste ver la asistencia este fin de semana largo a las principales playas o a eventos musicales como el “Vive Latino” para darse cuenta que no se está dimensionando el verdadero nivel de esta emergencia sanitaria mundial.
Lo peor viene cuando el funcionario que está al frente de las acciones gubernamentales para contener la propagación del virus tiene que “tragar sapos” para no exhibir aún más la necedad de su jefe, al grado de tener que hacer el ridículo, como le pasó este lunes al subsecretario de Prevención y Promoción de la Salud Hugo López-Gatell al declarar que “casi sería mejor” que López Obrador se infectara por coronavirus, pues “lo más probable es que él, en lo individual, como la mayoría de las personas se va a recuperar espontáneamente y va a quedar inmune”.
Y todavía remató, con el servilismo fanático que se les exige a los funcionarios de la autocalificada “cuarta transformación”, que “la fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”. ¿Y acaso es moral propiciar, a través del mal ejemplo y de la organización de mítines políticos, que cientos de otras personas, en su mayoría necesitadas, se contagien y propaguen una enfermedad que es mortal para grupos de población vulnerable muy específicos?
Esos malos ejemplos cunden, como también fue el caso de Veracruz, donde contra toda recomendación sanitaria el gobierno de Cuitláhuac García Jiménez siguió adelante con el festival “Cumbre Tajín”, en pleno ascenso del número de contagios a nivel nacional. Y si lo cancelaron en su último día no fue, como alegaron, porque se hubiese decidido “proteger la salud de la población” –lo cual en todo caso tendría que haberse hecho desde el principio-, sino porque el festival fue un fiasco en todos los sentidos, hasta el de exponer al “izquierdista” gobierno veracruzano como represor de indígenas.
El gran problema de toda esta irresponsabilidad y total ausencia de sensibilidad es que puede costar muchísimas vidas. Su necedad es verdaderamente criminal.
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