Ahora que según los especialistas entramos en la etapa más fuerte de contagios del COVID-19, se pondrá a prueba la eficacia de la medida del “quédate en casa”, del compromiso social y cívico para unos cuantos, y de las repercusiones de su no aceptación determinada por motivos de subsistencia.
También se pondrán a prueba nuestros gobiernos, los representantes públicos, los liderazgos que han tenido y tienen la responsabilidad de liderar una ruta segura para superar la contingencia. En esta etapa se harán evidentes fortalezas y debilidades, pues las dificultades no serán menores; a las tribulaciones que ya estaban, se sumarán las derivadas de la emergencia sanitaria, alterando de forma profunda nuestras condiciones de vida, la de todos.
Refiere Zygmunt Bauman (1999) sobre la importancia y el costo del deficiente, equivocado u omiso quehacer de políticos y representantes: “(…) el precio se paga con la moneda en que suele pagarse el precio de la mala política: el sufrimiento humano”. Porque es muy evidente que la mayoría de los gobiernos suelen ir detrás de los problemas, actuando de manera incompetente, soberbia y prejuiciosa. Ejercicios públicos movidos únicamente por una visión monolítica, la de sus intereses políticos, de grupo o individuales, donde no cabe ninguna otra opinión.
Frente a los tiempos que se viven y los que tenemos por delante, los gobiernos siguen quedando a deber por lo que no hacen y por lo que hacen mal. Como lo es insistir en mantener un discurso que polariza a la sociedad, que descalifica lo diferente a ellos, o las posiciones críticas.
Parecen haber olvidado su origen opositor en el que transitaron 20 años, o fue tan doloroso que han configurado una interpretación reduccionista y aterradora de la gestión pública y de sí mismos. Una visión excluyente, intolerante y carente de empatía con el resto. Ellos son el pueblo bueno, los otros no, por lo que no merecen atención ni respeto.
En su alocución del pasado domingo, a propósito del primer informe trimestral del 2020, cuando la audiencia esperaba un plan de contingencia por la emergencia sanitaria, una ruta de organización institucional para el rescate sanitario y económico del país por el COVID-19, como en otros países ha sucedido, el presidente ofrece un panorama miope, disminuido e insensible para los próximos meses.
Reitera un discurso plagado de lugares comunes de un proyecto aferrado a la columna imbatible de la heroicidad personalísima, de sus proyectos incuestionables, de su visión excluyente de quien no comparta su verdad absoluta. Desdeñando la suma, la apertura, el reconocimiento y el respeto de un país plural, que no tiene visiones únicas, y que hoy requiere del apoyo gubernamental para combatir la contingencia.
El presidente sigue adelante sin desviar su ruta. No logrará distraerlo ni la inseguridad, ni los feminicidios, ni la pandemia. El presidente sigue adelante y el que quiera que lo siga, dejando a la mayor parte de la población fuera de sus expectativas, fuera de su país ideal, dejándonos o dejándolo como dijo Porfirio Muñoz Ledo; “con la soga al cuello”.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA.
Un horror que salta con el aislamiento: la violencia de género y la doméstica. Atendámoslas por favor.
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