Hemos comentado las contradicciones mostradas en el Gobierno de la República desde el inicio del arribo del COVID-19 a nuestro país; el relajamiento y hasta menosprecio hacia medidas mundiales, que no se consideraban aplicar por la indisposición del subsecretario López Gatell y el presidente López Obrador, o sobre las declaraciones y cálculos alegres sobre la capacidad de las instituciones de salud para atender la pandemia, aderezadas por la consuetudinaria polarización política a que nos tiene acostumbrados, y que algunos ingenuos pensamos que se reduciría ante el álgido momento de la salud nacional.
Esta tercera fase agudiza los retos institucionales, ya de por si pesados, pues cada vez será más difícil distraerse de sus avasallantes consecuencias económicas u ocultar los problemas de inseguridad y violencia que siguen acentuándose.
El panorama ennegrece aún más nuestro futuro inmediato cuando las noticias internacionales nos abofetean sin piedad. La “palanca del desarrollo” según la apuesta declarada de la 4T, la industria petrolera, acusa una embestida sin parangón histórico y pareciera desmoronar el proyecto amloísta basado en el petróleo y su emblemática refinería.
Pero el presidente no acusa recibo de la gravedad del tema. Como en otras ocasiones, repite y repite sus escondrijos discursivos ideológicos para evadir las respuestas, desvaneciendo como opción replantear su proyecto, ajustar sus estrategias. No, el presidente no está hecho para rectificar.
En este momento a México le urge un Jefe de Estado. Nos encontramos dentro de un túnel oscuro y peligroso que necesitamos superar de la mejor manera posible, porque se vislumbran daños sociales y económicos irreversibles. No es momento de bromas, de burletas, de acusaciones veladas, de más y más polarización.
Vivimos un momento de trascendencia política, requerimos asideros de certidumbre y sosiego, de grandes decisiones por el interés colectivo. Porque millones padeceremos, más allá de pueblos buenos o malos, de conservadores o liberales.
El desafío nacional que enfrenta nuestro presidente es mucho mayor al que recibió al llegar. Entenderlo, dimensionarlo o no, podrá ubicarlo en ese memorial histórico que tanto anhela y al que permanentemente se refiere. Superarlo le dará trascendencia a la trasformación que ofreció y que hoy por hoy está profundamente cuestionada.
La encrucijada está allí. Esperemos que por el bien de todos haya mucho más que consignas, voluntarismos, deseos de buena fe, prejuicios e ineptitudes y se le pueda reconocer voluntad política, capacidad administrativa y visión de estado.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Y el dengue aquí, zumbando con mayor fuerza
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