Si la atención del gobierno a la amenaza de la pandemia de la covid-19 cuando ésta apenas estaba en ciernes fue lamentable, la decisión de lanzar a la población a las calles haciendo uso de “su libertad” –presentando para ello un ridículo “decálogo” de acciones a tomar que ruborizaría hasta a Paulo Coelho- no es más que la aceptación tácita del fracaso de una estrategia que estimó que el número de muertos llegaría, si acaso, a ocho mil. A día de hoy, se registran más de 18 mil defunciones en todo el país, tragedia de la que obviamente las autoridades no aceptan –y mucho menos asumen- responsabilidad alguna.
Lo mismo sucede con la economía. A pesar de que los signos sobre su mal manejo eran evidentes desde el año pasado, producto de decisiones equivocadas y visiones anacrónicas, para el gobierno de la mal llamada “cuarta transformación” el desastre económico no es su culpa –porque nada nunca será su culpa-, sino consecuencia de aquello que “heredaron” del pasado.
Sin embargo, los índices económicos a la baja que han ahuyentado las inversiones del país fueron provocados en estos últimos 18 meses de cancelación arbitraria de proyectos, de optar por energías contaminantes y de negativa rotunda a establecer medida alguna de apoyo a los generadores de empleo en México que cayeron en bancarrota por la paralización de la actividad económica a causa de la pandemia. Y todo debido a una serie de prejuicios –que bien podrían calificarse también como traumas- ideológicos.
Uno de los rasgos más graves de la indolencia del lopezobradorismo gobernante se advierte en los rubros de la educación y la ciencia, la seguridad pública y los derechos humanos. El inquilino -que se cree dueño- de Palacio Nacional niega sistemáticamente que aumente la violencia contra las mujeres en el país, lanza a su militarizada Guardia Nacional a cazar migrantes para agradar a su homólogo –en más de un sentido- estadounidense e intenta desmantelar las instituciones que promueven el conocimiento y, por ende, la libertad de pensamiento y de criterio, buscando en cambio imponer una visión única e indiscutible de la realidad, so pena de ser linchado por sus huestes rabiosas en las redes, cuyo blanco favorito son los medios de comunicación que no siguen la línea oficial y a los cuales López Obrador simple y sencillamente odia.
Un ejemplo diáfano de la renunciación a ver más allá del presidencial ombligo fue el lamentable espectáculo de inicio de semana en Xalapa, Veracruz. Una conferencia mañanera con medios rigurosamente discriminados por “operadores” que no tienen idea de la comunicación y menos del periodismo, con preguntas a modo de los intereses de los políticos y de los dueños de esos medios –aunque todas las críticas recayeron en los reporteros-, que no pasó de ser un aburrido circo sin leones, pero con varios payasos.
Pero al salir, el titular del Ejecutivo federal se encontró de frente con la realidad descarnada, diametralmente opuesta a la de los “felices mexicanos” en la era de la “4t”: familiares de desaparecidos en Veracruz que pedían hablar con el Presidente ya que, como en anteriores gobiernos estatales, en el actual solo les han dado “atole con el dedo” y han utilizado su desgracia para sacar beneficio político. López Obrador –bajo el pretexto de guardar una “sana distancia” que en los hechos le importa un rábano- los ignoró. “Solo atiendes a la mamá del ‘Chapo’”, le gritaron en medio de la frustración mientras se alejaba en su camioneta Suburban.
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