(Antonio Guterres, secretario general de la ONU)
En la discusión de muchos gobiernos, sociedades e individuos, en la discusión pública y privada, el problema de nuestro futuro planetario no es un tema prioritario, pareciera o está en un muy lejano lugar. La ignorancia y la falta de voluntad para entender el grave problema ambiental que ya vivimos y el desastroso futuro que nos espera si no modificamos nuestro comportamiento y forma de relación con la naturaleza, es no solo preocupante sino en este momento de una peligrosidad aplastante.
La agitada condición de la vida social, política y pública, con tantas crisis presentes de violencia y pobreza, la precariedad de nuestra salud pública junto con una economía que nos arrebata optimismos y esperanzas, parecen abarcar toda nuestra atención, cuando en realidad la falta de conciencia y cuidado ambiental nos dejará sin espacio para nuestros actuales agobios.
La crisis ambiental global es nuestra realidad, advertida por muchos científicos en el mundo desde hace tiempo, pero no hemos hecho caso. El cambio climático es real y se sigue acentuando ante el incumplimiento de muchísimos gobiernos de acciones recomendadas y acordadas desde hace tiempo y la falta de conciencia social.
En los polos terráqueos se contiene el 80% del agua dulce del planeta y el 90% del hielo de la superficie terrestre. A decir de la organización meteorológica mundial (OMM), el Ártico se calienta al doble del resto del planeta, y en los últimos 40 años se ha reducido en 40% la superficie de hielo polar. El Antártico se deshiela con procesos calificados de irreversibles. Ambos fenómenos de nuestros polos provocarían aumentos catastróficos de los niveles del mar y un desequilibrio ecosistémico muy difícil de reparar.
Solo vemos la vida inmediata y presente. Con la estupidez vista hasta ahora, parece inexorable que padezcamos las consecuencias. Es increíble la falta de compromiso para asumir la tragedia que se avecina y mirar con el desdén e irresponsabilidad el futuro que nos estamos labrando.
Los ritmos y los plazos nos encierran ante la inacción. La ceguera que nos acompaña es muestra de una estupidez supina y de una insensibilidad mayor. Entre otras llamadas de alerta, hoy conocemos el inconmensurable daño del calentamiento de nuestros polos, producido por nuestro nefasto comportamiento contra la naturaleza, lo que debería producir cambios significativos y nuevas acciones para obtener resultados distintos, pero tristemente no es así.
Un ejemplo reciente es el que hemos detallado aquí en anteriores entregas, en el que desde las instituciones federales se promueve el acoso y la afectación de las reducidas zonas boscosas que aún existen en Veracruz y que estando señaladas como áreas de preservación, son consideradas como áreas de dotación y asentamiento humano.
O cuando se destruyen los manglares para incrementar nuestra “riqueza” petrolera, aplicando una estrategia anacrónica que cierra el paso a energías alternativas. En lugar de fortalecerlas, hoy por hoy se reducen las instituciones ambientales y su presupuesto, mientras que el actual Plan Nacional de Desarrollo contiene líneas mínimas respecto de la apuesta y responsabilidad ambiental.
Son datos crudos, reales. Datos que deben ocuparnos no solo preocuparnos. Malas noticias que detonen más acción, para enfrentar la indolencia y la acción depredadora que continúa sin mayor contención, para mal de todos.
LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
Caso Lozoya, el pico de un Iceberg.
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