El viernes 11 de septiembre, que es fecha fatídica para muchos, lo fue por nuevos motivos para mi compañero de siempre Manuel Rossete, para mí, y para un grupo nutrido de periodistas veracruzanos.
Ese día alrededor de las 7 de la noche hablé con mi colega de tantos años y le di una fatídica noticia, de ésas que nunca se quieren dar:
—Manuel, me informa Mario Alberto Rincón que acaba de fallecer su hermano, nuestro querido amigo el doctor Bricio Rincón Aguilar —le dije, compungido por la razón también de que había sido un buen hombre, un gran médico y un humanista como pocos, que había dado una dura batalla contra la Covid-19 y la había perdido después de permanecer 40 días intubado, de ser dado de alta del hospital y de haber tenido que regresar a luchar y perder la batalla contra dos bacterias que acabaron con su exangüe organismo.
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Ni él ni yo lo queríamos creer, y después de unos comentarios velados por la pena, nos despedimos a digerir cada quien por su lado la infausta nueva.
No habían pasado dos horas cuando mi teléfono sonó. Era Manuel Rossete de nuevo y pensé que tenía algún dato nuevo sobre Bricio.
—Acaba de morir Belín —me soltó apenas le dije el “Bueno” de cajón.
La noticia, tan directa y dura, tenía que ser dada así, porque con Álvaro nos unía una historia, una amistad y un afecto que no necesitaban más explicaciones, y porque las penas hondas no se pueden expresar con palabras. Son como los Heraldos Negros de César Vallejo: golpes tan grandes como del odio de Dios.
Álvaro, un joven de 63 años, el mejor periodista de temas educativos de Veracruz (y de México, si me apuran), con mucha productividad por delante y una prosa clara y dilecta, había terminado su carrera de vida entre nosotros.
Como dicen que sucede, pasó ante mi memoria en un instante el pedazo de vida que compartí con este gran reportero, que empezó el día que lo pude poner a trabajar en El Sol Veracruzano, allá por 1986, y empezó a gratificar las planas con sus textos impecables, con sus comentarios directos y certeros, con su humor siempre a flor de labios, con sus enojos inmediatos.
Álvaro se nos había muerto así de repente, y resultó el segundo de un grupo de jóvenes que hace 36 años nos metimos a la locura de hacer buen periodismo, de competir con periódicos de señorones, como el Notiver de don Alfonso Salces, el Diario de Xalapa de Rubén Pabello Acosta, El Dictamen de Juan Malpica, el Punto y Aparte de Froylán Flores Cancela (el mejor reportero que ha dado la historia de Veracruz).
Gracias a Belín, gracias a Isaelda González Conde, a Martha Meza (que en paz descansa), al propio Manuel Rossete, a Miguel Molina, a Rafael Pérez Cárdenas (en realidad un niño aún), a Andrés Landa Espinosa, a Saúl Contreras Beltrán, a Víctor Schoung pudimos mantener por años el éxito de aquel periódico, que se debió también a muchos muchachos que se nos acercaban porque eran como nosotros de impetuosos y nos ayudaban a hacer un periódico alegre, escrito entre sonrisas pero muy en serio…
(Seguimos mañana).
sglevet@gmail.com
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