En realidad la verdadera historia de Fernando Gutiérrez Barrios jamás se ha escrito, ni contado a cabalidad ya que su vida política siempre estuvo llena de claroscuros, matices y leyendas.
“Un día me llamó el señor presidente Gustavo Díaz Ordaz- para pedirme que fuera a la regencia capitalina” nos platicaba un día cualquiera a Ponce a mí.
Era septiembre de 1968.
“El regente –hoy Jefe de Gobierno de la Ciudad de México- Alfonso Corona del Rosal me pidió participara en una reunión en donde solo veía generales de cinco estrellas a quienes explique el estado de cosas que vivía el país alterado por el movimiento estudiantil de 1968, así como en la contraparte la fuerza y respaldo ciudadano que tenía el Consejo Nacional de Huelga”.
Lo del 68 sería el acontecimiento, tras la masacre estudiantil, que cambiaría el curso de la historia de México.
Las evocaciones con don Fernando y este colaborador se sucederían por años en Caminos y Puentes Federales, allá en Cuernavaca, en su domicilio de Santiago apóstol en San Jerónimo o en su oficina de Tiber, hasta las puertas del 2000 donde dejé de verlo.
Un día como hoy de ese 2000 moriría de manera por demás extraña.
Una tarde, allá por septiembre de 1994, me citó a su casa, a las seis de la tarde en punto. Llegue me pasó a su biblioteca. Ahí nos apoltronamos.
Empezábamos a tomar café cuando Televisa iniciaba sus trasmisiones desde el “Plutarco Elías Calles” del PRI con motivo de la toma de protesta de Luis Donaldo Colosio como candidato a la Presidencia de la República.
El tenía el televisor de frente, yo a un costado desde donde vi cómo se hundía en el sofá con la mirada perdida en el infinito.
Ese año, el 6 enero, me mandó traer de Morelia. Era la víspera de Reyes. Me invitó a retomar ese proyecto de prensa y propaganda; logos, lema, cronograma actualizado y el casting que se le había preparado un par de años atrás.
“Vamos a construir la circunstancia para que las cosas se den en nuestro favor este fin de año cuando se suceda el destape”, me dijo imperturbable.
Al día siguiente muy temprano, camino de su casa de San Jerónimo a la Secretaría de Gobernación, don Fernando fue llamado intempestivamente a Los Pinos.
El Presidente Salinas le pediría su renuncia “pero a cambio le ofrezco la embajada de Francia o de España”, le dijo.
“No, señor presidente –devolvió la cortesía política- he servido a México por más de 40 años y no quisiera ningún trabajo fuera de aquí”.
“Le propongo entonces, insistió el presidente Salinas que se quede al frente del ISSSTE”, a lo que el experimentado hombre le dijo: “Solo permita sea yo quien presente mi renuncia y no sea usted quien me despida”,
Así fue.
Don Fernando presentaría su renuncia “con carácter de irrevocable” evocando a Leduc con su “Sabia virtud de conocer el tiempo”.
En efecto, el tiempo de don Fernando había llegado a su fin… llevando al precipicio a Carlos Salinas de Gortari.
Y es que tras la salida de Centinela de la República, el país se desmoronó. Se sucederían la muerte del cardenal Juan Jesús Posadas Ocampo, el levantamiento del EZLN, los asesinatos de Colosio y Ruiz Massieu y el nacimiento del crimen organizado.
Así, se tejieron las últimas cuatro décadas del siglo pasado las historias de quien en algún momento se le llamó el “Superpolicía del Sistema”, el “Hombre más informado”, el “Caballero de la Política”, el político de mano de hierro con “guante de terciopelo”.
Este político, tan amado como temido, sirvió a México por más de 45 años siempre como celoso guardián de la seguridad nacional, siempre pegado al teléfono rojo.
En alguna ocasión fue llamado por el presidente Luis Echeverría para que atendiera de manera personal el secuestro de su suegro José Guadalupe Zuno, padre de la primera dama María Esther Zuno.
Era 1973.
Se trasladó a Guadalajara donde vivió por seis meses hasta lograr su aparición y captura del plagiario de manera por demás ingeniosa al pedir al periodista Joaquín López Dóriga entrevistara a la madre del presunto plagiador, quien por Televisa en red nacional apela a los buenos sentimientos del hijo advirtiéndole además que ya lo tenían localizado lo cual no era exacto. Al final del noticiario el secuestrador se pone en contacto con su madre a cuya diestra estaba don Fernando, quien por la vía del diálogo lo convence de la generosidad de la ley si se entregaba.
Este viernes 30 de octubre se cumplen 20 años de la muerte del veracruzano de quien a estas alturas hay quien se atreve a decir que no nació en el puerto. Si supiera quien escribió eso que todavía existe la heladería y la familia que lo atiende en Veracruz posee fotografías de la familia Gutiérrez Barrios.
En realidad este mexicano de excepción – el “Capitán Gutiérrez”, le decía Reyes Heroles con singular desprecio- de muy niño fue llevado a la capital del país.
Su papá, viejo guerrillero villista, lo llevaba a la escuela a las siete de la mañana. Era el primero que llegaba. Se sentaba en el quicio de la puerta a esperar que abrieran la puerta de la primaria a las ocho de la mañana. De ahí parte su puntualidad misma que acentuó a su paso por el Colegio Militar, el de Tacuba.
Luego sirvió al presidente Miguel Alemán Valdés al integrarse al equipo de civiles que se encargarían de la seguridad presidencial. Más tarde la Federal de Seguridad, la subsecretaria de Gobernación, Caminos y Puentes, el gobierno de Veracruz, la titularidad de Gobernación, el PRI el Senado de la República y fin.
El trágico fin de su vida se marcó un lunes 30 de octubre del 2000 cuando sorpresivamente no regresa de la anestesia tras una operación “exitosa” de coronarias que sus cercanos jamás supimos que padecía.
Ello dejaría una enorme incógnita particularmente cuando un par de días antes había festejado su cumpleaños en familia y amigos y se le vio pleno.
Fue una situación inédita que sigue moviendo a la duda, al igual que ese sospechoso secuestro de Estado en donde salieron a relucir los nombres de Ernesto Zedillo y el general Carrillo Olea como gestores intelectuales del plagio ese 9 de diciembre de 1997, llevando como brazo delincuencia a la banda de los “Caletri”.
Como sea.
Don Fernando Gutiérrez Barrios sigue al paso del tiempo ahí presente. Siempre recordándonos que “gobernar exige experiencia, serenidad y vocación; gobernar es sobre todo tener la mirada y el oído alertas, gobernar es oficio superior que no pueden desempeñar los improvisados y mucho menos los improvisados soberbios”.
Tiempo al tiempo.
*El autor es Premio Nacional de Periodismo
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