La respuesta de Adán Augusto no se hizo esperar. Descalificó la denuncia acusando a “Alito” de ser “el político más corrupto de México”. Con ello, intentó desviar el foco y reposicionar la narrativa: la corrupción de Moreno, ampliamente documentada por sus adversarios, sería suficiente para restar credibilidad a sus palabras. Este contraataque refuerza una estrategia clásica: atacar al mensajero antes que atender el mensaje.
Las implicaciones inmediatas para Morena parecen limitadas. El partido en el poder ha mostrado una gran capacidad para blindarse frente a escándalos, gracias a una base electoral sólida y a una narrativa de transformación que todavía conecta con amplios sectores de la población. Sin embargo, en el mediano plazo, la situación podría volverse más delicada. Si las agencias estadounidenses deciden dar seguimiento a la denuncia, Morena enfrentaría un desgaste que trasciende las fronteras mexicanas y que podría manchar la imagen de honestidad que ha intentado sostener el obradorismo.
De cara a la elección de 2027, el episodio se convierte en un riesgo mayúsculo. Una acusación con tintes internacionales no solo amenaza con erosionar la confianza en los liderazgos de Morena, sino que también abre espacio para que la oposición construya un relato de corrupción y complicidad criminal.
Aunque hoy parezca un pleito personal entre “Alito” y Adán Augusto, mañana puede transformarse en un flanco vulnerable que debilite al partido en el poder justo cuando se juegue la continuidad del proyecto político más influyente de los últimos años en México.
Al tiempo.
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