Dada la concentración del gasto público federal en las transferencias monetarias sociales, proyectos de inversión de largo plazo con limitada rentabilidad y el elevado nivel de endeudamiento federal, los recursos ofrecidos por el BID podrían ser canalizados a inversiones de proyectos privados y posiblemente públicos-privados y a algunos Estados cuya hacienda pública esté saneada.
En todos esos casos, los financiamientos facilitados no deberían significar deuda pública alguna y tendrían obligatoriamente que ser re-pagables. Aspecto que tirios y troyanos nativos parecen no aceptar.
Ello significaría un cambio sustancial en la política de financiamiento externo de la economía al que se ha sometido al país desde hace casi un cuarto de siglo. Dado que la hacienda pública ha descansado en más presupuesto, más deuda y menos inversión, a la par que no ha promovido el financiamiento internacional para el sector privado al que México tiene derecho como socio del BID y otras instituciones financieras internacionales.
La astringencia del gasto público, la elevada deuda pública, la baja inversión y el magro crecimiento obligan a ver el financiamiento para el crecimiento desde las ventanas abiertas de Palacio Nacional. El enfoque monótono hacendario está agotado, el BID posibilita, como antes otras instituciones internacionales, una nueva avenida para financiamiento y el crecimiento nacional.
Hace falta decisión política, imaginación técnica y un claro y sustantivo empuje al sector productivo privado y social. No más, pero no menos. El país no puede seguir esperando.
Lo anterior es una perla de Joan Rega, especialista en temas financieros de Política al Día Express. |