La injerencia presidencial, como se anotó en la Rúbrica del pasado 7 de diciembre, titulada “¿Cállate, chachalaca?”, implica el desvío de recursos públicos a través de la transmisión en vivo de sus mensajes, usando personal e instrumentos gubernamentales, así como un abuso de una investidura que el presidente solo resguarda de los ciudadanos que le reclaman, pero que arrastra por el piso con aquellos que le adulan y son genuflexos ante él.
Pues para el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación no hay ningún problema con que el presidente de México busque inclinar la balanza electoral usando y abusando del poder, ya que “se trata de actos futuros de realización incierta”, al referirse a lo que seguramente seguirá haciendo López Obrador ahora que le han dado vía abierta para entrometerse de manera abierta en los temas de las campañas.
En su resolutivo, el TEPJF considera que una determinación de tutela preventiva sobre “actos futuros” constituye “un acto de censura previa que viola el principio de legalidad previsto en la Constitución”. Y se limitó a “constreñir al titular del Poder Ejecutivo Federal y su gabinete, así como a los titulares de los Poderes Estatales y Municipales, a respetar y hacer valer el principio de neutralidad y las normas previstas en el artículo 134 para la no intervención de servidores públicos en el proceso electoral”. A portarse bien, pues.
Además de darle manga ancha a López Obrador para utilizar todo el poder del Estado y avasallar a sus oponentes políticos –de la misma manera que se lo hicieron a él en los comicios presidenciales de 2006, cuyo desenlace aún no logra superar emocionalmente-, con sus resolutivos de este día el Tribunal Electoral se “abrió de capa” y exhibió que otro de sus objetivos es debilitar y derruir al Instituto Nacional Electoral echando abajo cuanto acuerdo tome, toda vez que es de los últimos reductos institucionales en México que no ha sido “colonizado” por la “4t” y que aún intenta mantener su independencia y autonomía respecto de un régimen que se radicaliza aceleradamente y no duda en imponerse mediante la cooptación o la coacción.
Si no, que le pregunten al “magistrado billetes” que encabeza la carpa de bufones en la que está convertido el Tribunal.
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