Asimismo, la propaganda es conceptualizada teóricamente como “la difusión deliberada y sistemática de mensajes destinados a un determinado auditorio y que apuntan a crear una imagen positiva o negativa de determinados fenómenos (personas, movimientos, acontecimientos, instituciones, etcétera) y a estimular determinados comportamientos”.
De igual manera, se le considera como “un conjunto de reflexiones y técnicas provenientes de un campo interdisciplinar ligado al estudio y producción de símbolos encaminados a persuadir y generar conductas acordes con ciertos fines: políticos, electorales, ideológicos o sociales”.
A partir de estas definiciones –extraídas de varias obras académicas y especializadas sobre este tema, como “Guerra y propaganda” de Naief Yehya y “De la lucha de clases a la lucha de frases” de Eulalio Ferrer, por citar dos- es completamente válido y acertado asegurar que las conferencias mañaneras del presidente Andrés Manuel López Obrador son un ejercicio de pura propaganda y en ningún momento de rendición de cuentas ni de información de relevancia para el público.
¿O cómo podría considerarse información trascendente para la ciudadanía que el presidente mal utilice esa tribuna para atacar partidos opositores, periodistas críticos, organizaciones de la sociedad civil, feministas y a todos aquellos que no doblen la cerviz ante sus designios? ¿O las estupideces que le ordenan preguntar a sus textoservidores “moléculas” para que el mandatario lance distractores? Tal cual, se trata nada más que de propaganda.
Y precisamente por ello es que el lopezobradorismo rabia en contra del Instituto Nacional Electoral por su determinación de prohibir la transmisión íntegra –que no su realización- de las “mañaneras” durante las próximas campañas electorales para la renovación de la Cámara de Diputados y 15 gubernaturas.
De manera descarada, este gobierno pretende inmiscuirse en el proceso electoral, acusando de manera tramposa “censura” a la “libertad de expresión” del presidente, olvidando –o haciendo como que no sabe- que a los gobernantes lo que les aplica es el principio de legalidad, y es la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos la que establece la prohibición de mensajes de promoción gubernamental en medios de comunicación durante las campañas. No hay tal cosa como la “libertad de expresión” de las autoridades. Su obligación es cumplir con la ley.
Pero como todos los populistas –como su “amigo” Trump-, López Obrador se victimiza mientras la maquinaria propagandística de su gobierno busca distraer la atención sobre la realidad de un México asolado por la muerte, la desesperanza y la violencia. El suyo es un gobierno de caricatura.
De lo cual Benito Bodoque no tiene la culpa.
La “narcojusticia” del lopezobradorismo
La exoneración del ex secretario de la Defensa Nacional Salvador Cienfuegos estaba cantada desde que el gobierno mexicano presionó para que Estados Unidos lo devolviera tras detenerlo bajo cargos por narcotráfico.
El que la “absolución” de Cienfuegos se concrete una semana antes de que Joe Biden asuma la presidencia norteamericana solo exhibe la naturaleza del enjuague y la complicidad de la “4t” con la clase militar, demostrando de manera cruda quién manda verdaderamente en México.
Y que en una de ésas, ni siquiera son los militares.
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