“Hoy pasé por tu casa, había plumas de guajolote.
A mí no me engañan cabrones, aquí hicieron tamales”.
Hace ya muchos ayeres y tras un copioso almuerzo, bañado con bebidas desde las espirituosas hasta las espirituales, en mi casa de Xalapa, que es suya, algunos amigos tuvimos el placer de convivir hasta entrada la madrugada brindando por la vida y por los recuerdos.
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El protagonista de ese día memorable: Miguel Iván Hernández, quien nos deleitó con un amplio repertorio de chascarrillos desenfadados que nos hicieron soltar las carcajadas como transas de la 4T. Una tras otra. Pero la cereza de ese instante irrepetible, fue una inolvidable narración que versó sobre un día de la Candelaria, al que asistió con un sobrino, vestidito de marca, y que se atrevió a tomarse una legendaria bebida con alto contenido etílico como si fuera limonada. El final: las marcas perdidas, la ropita hecha harapos y el pariente delirando por las calles sin acertar caminar en línea recta.
Esa noche, inolvidable, fue de esas cuyo recuerdo te llevas a la tumba. De esa velada, rescaté el epígrafe de este escrito, en honor a nuestra adorada virgen, la que nos recuerda al niño de la rosca que nos permite hoy, degustar unos maravillosos tamalitos. Provecho. Benditas tradiciones. Benditos amigos. Bendito Dios. |