Nuestra heroína vivía una existencia acotada por las decisiones de su esposo y nunca se atrevió a contradecirlo, dominada como estaba por la costumbre patriarcal y por la falta de recursos económicos, pues el señor los aportaba todos, producto de su negocio de venta de telas que tenía en un pequeño local del centro de la ciudad.
Sucedió un día que el señor R asó a la otra vida, por la vía de un infarto al corazón, que dejó frío y convertido en fiambre al cristiano en menos de 20 minutos.
Y doña Nena se quedó con tres hijas menores de edad por mantener y un pequeño comercio del que no sabía ni pizca. Pero ya hemos dicho que era dedicada al estudio y nada tonta, así que en unos días se hizo cargo de cómo operaba el local, y siguió vendiendo telas, con tan buena administración que fue creciendo el negocio y con ellos pudo mejorar la calidad de vida de sus hijas.
Tal vez no sería muy propio decir que doña Nena fue más feliz a la muerte del marido, pero lo cierto es que en adelante tuvo toda la libertad para hacer lo que le diera la gana, para educar a sus niñas de acuerdo con sus convicciones y para borrar de su hogar la figura de un ser todopoderoso, que imponía su voluntad.
La práctica diaria de su vida de viuda sola le ofreció otra convicción, la de que una mujer puede ser exitosa y feliz sin que necesite de un hombre a su lado -y menos por encima de ella-. No era feminista y no comulgaba en sus dichos con ninguna de las modalidades de ese movimiento, pero actuaba y terminaba pensando como una mujer independiente, lo que se reflejó en la educación de sus hijas.
Bueno, pues doña Nena llora ahora porque el lunes pasado, unas mujeres embozadas que se salieron de la marcha, entraron a su negocio, lo vandalizaron y lo quemaron…
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