Desde finales del año pasado, el gobierno ya no pudo sostener el mito del “todo está bien” en materia económica y la inflación se les disparó a niveles de escándalo: al cierre de 2021, la tasa de inflación anual en México alcanzó la cifra de 7.36 por ciento, la más alta desde 2001.
Un retroceso de dos décadas cuyos efectos resienten principalmente las clases medias y los más pobres, cuyos exiguos ingresos –cuando los tienen- alcanzan para nada, incluida la compra de alimentos, uno de los rubros más afectados por las alzas de precios. Exactamente lo contrario de lo que se propone alcanzar un Estado de Bienestar como al que supuestamente apuesta el gobierno mexicano con sus políticas asistenciales.
Pero si la hiperinflación no bastase como un indicador certero de los enormes apuros por los que atraviesa la economía mexicana, la información que este mismo martes dio a conocer el Banco de México (Banxico) no deja lugar a dudas de lo que se percibe a nivel internacional sobre el manejo de las finanzas del país.
El Banco central –cuya titularidad cambió con el inicio del año- dio a conocer que a la primera semana de 2022 se registró una disminución en las reservas internacionales por 446 millones de dólares, cuyo saldo quedó en 201 mil 953 millones.
Las reservas internacionales tienen como función “contribuir a la estabilidad de precios cuando se presenta una disminución de los flujos comerciales o de capital de la balanza de pagos, por desequilibrios macroeconómicos y/o financieros (internos o externos), tales como crisis causadas por una reducción considerable en la actividad económica o en el comercio internacional, quiebras bancarias, escasa liquidez en los mercados financieros, encarecimiento del crédito, entre otros”, de acuerdo con la definición del propio Banxico.
Al reducirse las reservas, se disminuye también la liquidez del país y su capacidad para saldar rápidamente obligaciones de pago en el exterior. Pero a pesar de ello, no ha faltado en el régimen de la autoproclamada “cuarta transformación” quien sugiera “hincarle el diente” a las reservas para financiar los programas clientelares y las obras faraónicas.
La cereza del pastel también se difundió este martes, aunque tuvo poca repercusión entre medios cada vez más plegados a la “línea” oficial. Y también la puso el Banxico: México registró el año pasado una salida histórica de capitales extranjeros en el mercado de deuda que emite el Gobierno.
Durante 2021 salieron del país 257 mil 601 millones de pesos, que si se suman a los 257 mil 239 millones que se “fugaron” en 2020, nos da un total de 514 mil 840 millones de pesos en solo dos años. La mayor salida de fondos registrada en México desde la década de los 90 de la pasada centuria.
Tras la “administración de la abundancia” –en realidad, brutal despilfarro- de los primeros años del sexenio de José López Portillo, sobrevino una de las peores crisis económicas de la historia del México moderno. En su último informe de gobierno, el presidente que se sentía la reencarnación de Quetzalcóatl decretó la nacionalización de la banca y el control de cambios ante la incontrolable salida de capitales del país. “Ya nos saquearon. México no se ha acabado. No nos volverán a saquear”, dijo entre lágrimas aquel López, en uno de los episodios más dramáticos y a la vez vergonzosos que se recuerden.
El “Deja Vú” está de miedo.
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