Debe consignarse la valentía y la cordura con la que se condujo la periodista xalapeña, quien mantuvo impecable en todo momento la dignidad de su profesión y no cayó en provocaciones estériles y malintencionadas seguramente.
Es preocupante la persistente actitud mostrada por Cuitláhuac García en contra de los medios. Pero también llama a la alarma la pobreza de su argumentación cuando quiso señalar con dedo flamígero una simple pregunta emanada de una comunicadora ¡en una rueda de prensa convocada por él mismo!
Los ciudadanos asistieron así, una vez más, al espectáculo de un gobernante que prefiere adoptar la bravuconería de Pepe el Toro y no la grandeza intelectual de Demóstenes; nos quiere cambiar la facilidad agresiva de la riña de barrio por la dúctil excelencia de la filosofía.
Y encima quiso dar línea sobre cuál debe ser el comportamiento de los reporteros. ¿Será que la soberbia del poder le empuja a querer dictar cátedra sobre la forma de comportarse y actuar en un oficio que él desconoce por completo?
De tal magnitud fue el error de esa intervención cuitlahuista que los medios y los periodistas se volcaron en favor de su compañera mal tratada.
La propia Comisión Estatal para la Atención y Protección de los Periodistas hizo un pronunciamiento inusitado en su tradición, con un exhorto al gobernante a que respete el trabajo y la condición de los reporteros.
Ese tipo de conflictos gratuitos no debería presentarse. Y no aparecerían tal vez si en el equipo del Gobernador hubiera una persona que le medio entendiera a la comunicación.
Pero se nota que no hay nadie que le intelija al tema.
Qué lástima que Cuitláhuac García no alcance a comprender que la comunicación debe ser considerada una política de Estado, y no un espacio para soltar regaños sin razones, o para que se puedan enriquecer algunos cercanos.
Pero no entienden, y así les va.
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