La invasión a Ucrania por parte de Rusia, mantienen a buena parte del mundo en alerta. Las consecuencias de esta conflagración están siendo miradas con temor, que se justifica por los hechos militares que se conocen, pero sin duda también por las palabras, por los discursos que están rodeando y acentuando un ambiente de incertidumbre aún mayor.
Los debates en el marco de esta guerra, generan posibilidades de todo tipo, incluidas las que miran el escalamiento de una guerra de alcances mundiales que ocasione resultados de impactos tan trascendentales como la vida misma de todos nosotros. Como en todas las guerras, pero en particular en este escenario de una tercera guerra mundial, los riesgos que se corren son mayores.
La línea entre ganadores y perdedores será muy cuestionable, de allí la insistencia que desde muchas partes del mundo se promueve para reclamar mesas diplomáticas que paren el conflicto bélico, destensen los nudos de las ofensas y los intereses lastimados y permitan salidas conciliadas para evitar que continúe el conflicto militar.
De la mano de la mencionada, hay otra gran batalla mundial que vamos perdiendo y que nos concierne a todos, a tirios y a troyanos; esa que muchos siguen negando pese a las muestras de su presencia.
Se trata de la crisis climática que parece no encontrar soluciones, porque las batallas que deberían estarse librando ahora en concilio de todos, son disminuidas en metas o pospuestas para otros tiempos, por otros intereses. El reclamo de las luchas contra el cambio climático ahora silenciado por el pavoroso ruido de las armas, por el llanto de miles y las consignas de millones, tampoco puede dejarse de lado.
Terminamos 2021 con pendientes evidentes e incumplimiento de los acuerdos suscritos en la jornada de Glasgow, en la que 200 países expusieron la insuficiencia de los esfuerzos por recortar emisiones, promoviendo el llamamiento a “desengancharse” del carbón y los combustibles fósiles. Glasgow también fue escenario de protestas en las calles, con ciudadanos de muchas partes del mundo que acudieron a proclamar sus demandas a los gobiernos por acciones concretas para contrarrestar la crisis climática.
Sin embargo, hay suficientes muestras de las resistencias para realizar acciones de mayor peso y trascendencia, razón por la que en este 2022 se espera un rebote de emisiones cercano al 5%, derivado de la reactivación de muchas actividades suspendidas o reducidas por la pandemia.
En este marco de riesgos planetarios por el cambio climático, el pasado 14 de febrero la ONU inició el “proceso de adopción de un nuevo informe de referencia sobre los impactos devastadores del cambio climático. El presidente del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático de Naciones Unidas (IPCC), Hoesung Lee, ha advertido que "nunca ha habido tanto en juego".
Es imprescindible señalar para erradicar, la inercia de la simulación, los escondrijos legales o no de los intereses de grupo y el mal funcionamiento de las burocracias que, en lugar de trabajar para el bien público global, desdeñan los peligros que nos acechan. El jefe de la Organización Meteorológica Mundial, Petteri Taalas, ha dicho que los combustibles fósiles han "impulsado la atmósfera a reforzar el efecto invernadero” y que cerca de "4,500 millones de personas en este planeta han sufrido un desastre relacionado con un evento meteorológico en los últimos 20 años".
Pensar en los riesgos planetarios no es cosa fácil, mucho menos realizar acciones para atenuarlos o confrontarlos, sin embargo, peor es no hacer nada para poner en marcha acciones de mayor calado y detener lo que António Guterres define como “la catástrofe climática que siempre llama a la puerta”; la insuficiencia de lo realizado hasta ahora en relación al cambio climático, debe hacernos exigir a los Estados un mayor compromiso.
DE LA BITÁCORA DE LA TÍA QUETA
La respuesta al horroroso evento de Michoacán tan solo fue una sonrisa incomprensible.
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