Han pasado los días y las semanas y los meses y los años, y estamos llegando a la época en que se pueden empezar a contar en lo regresivo, porque ya se ve al final del túnel la luz de la renovación de poderes, y nadie sabe lo que sucederá en junio de 2024.
Los números son iguales para el Gobierno de la República y para el estatal, por la salvedad de que AMLO dejará el poder el 1º de septiembre dentro de dos años, tres meses antes que Cuitláhuac García en Veracruz.
Así que para el mandatario veracruzano, si contamos a partir de este 1º de agosto de 2022, las cuentas de lo que falta son las siguientes:
Le quedan a la administración estatal 2 años y 4 meses.
Son exactamente 852 días que serán un suspiro para quienes gozan las mieles del presupuesto y un suplicio aparentemente eterno para quienes han sido satanizados como “adversarios” por los rijosos morenos; como “conservadores” por los cerrados fanáticos de la izquierda aparente; como “fifís” por los vulgares chairos; como “chayoteros” por los texto-servidores del régimen, que cobran en migajas por su dignidad.
Son 120 semanas, con sus correspondientes san lunes de ¿rendir? cuentas al pueblo y sus 134 sacrosantos sabadabas para ir a mover el bote al mejor ritmo del son y el güiro.
Esas 852 jornadas representan 20,448 horas, de las que pocas serán de trabajo, mucho menos las de resultados y muchas para desaprovechar la fabulosa oportunidad de quedarse callados. Y son 1 millón 226,880 mil minutos que podrían cambiar cada uno la vida de algún veracruzano necesitado, pero no servirán para eso.
El tiempo se va de las manos y los segundos corren inexorables. El poder se acaba, y solamente queda la miserable cifra de 73 millones 612,800 segundos, que se irán rodando porque quieren.
Ahí se los iremos contando/recordando a Cuitláhuac y su equipo y sus cuates.
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