Mi formación de vida, mi educación formal, una buena parte de mi entretenimiento y mi desarrollo profesional siempre estuvieron sustentados en los libros; en ellos abrevé desde niño -por fortuna en mi infancia no llegaba la señal de televisión al pueblo- y a partir de ellos me formé (o deformé, según cada criterio) y estuvieron acompañándome durante toda mi existencia.
Estudié la carrera de Letras, y ahí me acerqué todavía más a los libros, y encima me dediqué a aprender el oficio de editor con mi amigo y maestro Jorge Ruffinelli. Así que pasé de ser lector y estudioso de los libros a ser fabricante de ellos desde el punto de vista material. Y también escribí algunos, lo que pretendo seguir haciendo.
Así que si alguien ha querido a los libros en cuanto objetos manuales soy yo mismo. Cien títulos en los que aparezco como editor y seis de los que soy autor dejan constancia publicada de mi fervor y mi trabajo. Y además me pasé media vida cargando mi biblioteca personal (unos 3 mil volúmenes) por todo el país, hasta que, en un arranque de sentido común, decidí donarlos a la biblioteca del plantel Número 1 de Conalep, “Profesor J. Refugio Esparza Reyes”, de Aguascalientes, y tengo constancia de que han sido aprovechados por los alumnos de esa querida institución. Ahora cargo mi celular o una tablet, y ahí encuentro prácticamente todos los libros que quiero. Y puedo verlos a la hora que yo quiera.
Pienso que el libro como vehículo de transmisión del conocimiento y la cultura ha sido superado, y no lo queremos aceptar por una añoranza mal entendida. Somos como aquellos nostálgicos que no querían ver la televisión a mediados del siglo pasado porque pensaban que era una afrenta en contra de la radio y del cinematógrafo… o como los viejos nostálgicos de ahora que no quieren aprender a usar debidamente el celular “porque eso es cosa de chavos”.
Mañana seguiré con el tema…
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