Guille nos contó un día que ella tuvo en sus brazos al bebé Cuitláhuac Garcia, pues como militante de la izquierda conoció a la familia del profesor Atanasio García Durán. De broma le decíamos que ella había tenido la culpa de que el ahora gobernador quedara como quedara, porque seguramente a ella se le cayó al suelo. Guille también nos contó la angustia que vivió el 2 de octubre de 1968, día de la Matanza de Tlatelolco, pues a ella como madre le tocó vivir esa época.
Guille, era una de nuestras consentidas, nos hacía las tardes ligeras en el taller Libertad bajo Palabra en la Quinta de las Rosas. Por eso, cuando llegaba, David se apresuraba a ponerle su banquito para las piernas, porque ya para entonces tenía problemas de circulación y había que tenerla cómoda. Pero las enfermedades que le llegaron con la vejez no impidieron a Guille llegar todos los jueves por la tarde al taller de la Quinta de las Rosas en un viaje que iniciaba desde Xalapa 2000. Animosa, solidaria, combativa, Guille era mi escudo; siempre me defendía. En cierta época pensé que por mis críticas al gobierno de Javier Duarte me iban a correr de la Quinta de las Rosas. Mis talleristas incluso me pedían que por mi seguridad moderara mis comentarios. Pero Guille no, ella me pedía que siguiera criticando, diciendo las verdades sobre ese gobierno corrupto. “Si se meten con usted maestro”, me dijo Guille, “vamos y nos encueramos en la Plaza Lerdo, o no muchachas”. Nos echábamos a reír, pero en el fondo me sentía seguro, porque sabía que, si el gobierno se metía conmigo, Guille sí cumpliría su palabra. El día que salió Duarte del gobierno, fue Guille la encargada de quitar de la sala de la casa grande de la Quinta de las Rosas la foto de Karime Macías, que durante 6 años estuvo mirándonos con su falsa mirada de bondad.
Guillermina Mejía, nuestra Guille, amaba la lectura del Quijote, por ella fue que leíamos la obra de Cervantes de principio a fin. Después me pidió que leyéramos El amor en los tiempos del cólera, y eso hicimos hasta que la pandemia nos interrumpió. Dos años sin taller presencial, dos años sin mis adultos mayores, dos años sin Guille. Sin bien mis adultos mayores sobrevivieron a la pandemia, las secuelas que les dejó el encierro fueron devastadoras. Estoy seguro de que, si Guille hubiera tenido su dosis semanal de Quijote, de García Márquez, de Octavio Paz, de Thomas Mann, de Emily Dickinson, de Pessoa y de muchos más, su salud no se hubiera deteriorado. La operaron de los ojos y la libró. Así, con un parche en el ojo llegó a las primeras sesiones del taller después de la pandemia. Todavía, después de la operación, se dio el gusto de acudir al recital de la poeta Esther Mandujano, a quien admiraba y amaba. Ahí estuvimos con ella, comiendo canapés de guayaba y vino blanco; seguía siendo la misma, animosa leal y combativa. Pero después le vinieron otros males, otras operaciones y al final la muerte. Crucita, mi “ángel de la guarda”, llegaba cada martes al taller de poesía con noticias sobre la salud de Guille, pero yo no las quería escuchar, no porque sabía que a sus 80 años ella se encontraba en plena desventaja y las noticias sobre su salud no podrían ser buenas.
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El sábado 15 de octubre de 2022, mientras bailaba con una amiga “La puerta negra” en el cumpleaños de mi amigo Uriel Rosas, Guille dejaba el plano terrenal.
Querida Guille, te acabas de ir y ya te extraño, todavía no te velamos y ya me he puesto a llorar; ya no estás a mi lado y me siento indefenso. Ya no podré tener tu sonrisa y esa ausencia llena mi corazón de tristeza. Como dijeran los antiguos mexicas, “mi corazón, como flor marchita, por ti”.
Armando Ortiz
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