Trate usted de ingresar al Palacio de Gobierno, que en la propaganda oficial es la casa de todos los veracruzanos, y verá que se ha convertido en un bastión inexpugnable. Los enrejados de la fachada incluso han sido sellados con cartones para que no se pueda ver al interior de los patios.
Y lo mismo sucede con el Palacio Legislativo, en donde laboran los representantes de todos nosotros, que están ahí gracias a nuestro voto mayoritario. Sólo pueden ingresar a las oficinas de la calle Encanto quienes tengan una invitación de un diputado o de alguna autoridad administrativa. Únicamente se salvan de esa especie de discriminación los reporteros que entran bajo el amparo siempre diligente de Guillermo Núñez, el mejor titular de Comunicación Social de toda la hueste cuitlahuista.
Y en el Palacio Municipal de Xalapa la entrada no es tan restringida porque campea ahí el sentido común y se advierte una sensibilidad distinta, Sin embargo, hay una discreta vigilancia en los pantalones de un policía o una policía, que como quien no quiere la cosa pregunta a casi todos los que entran por el motivo de su visita, como si le importara algo.
No logro compaginar el amor que las actuales autoridades estatales de los tres poderes dicen tener de parte del pueblo bueno y honrado. Cuando veo esos portones cerrados en los edificios públicos no entiendo qué pasa con esos miles y miles de veracruzanos que dicen sus encuestas que adoran como a nadie al Patriarca, al Gobernador y hasta a la desconocida zacatecana Rocío Nahle García.
¿No que mucho amor de los jodidos, que son mayoría? ¿No, como decía antes AMLO, que no necesitan protección porque el pueblo los defiende?
Todavía recuerdo antes, con los neoliberales, que cualquier ciudadano podía entrar al Palacio de Gobierno como Juan por su casa, que es precisamente la suya.
Pero ahora ya no, con los neoconservadores de Morena.
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