Fue una alumna ejemplar, que hacía siempre los mejores trabajos y también estudiaba teatro y se convertía en una actriz inmejorable. Pero fue una madre perfecta, una amiga atesorada, una funcionaria honorable a toda prueba.
En la década heroica de los años 70 del siglo pasado, entrar a la Facultad de Letras de la Universidad Veracruzana era como llegar al remanso de una familia, hermanados todos por el amor a la literatura, por el empecinamiento en asomarse a lo que otros nunca leerían y por la decisión de estudiar una carrera “que no dejaba”.
El muchacho Luis Arturo Ramos, que terminó por convertirse en el mejor narrador vivo de Veracruz, tuvo que convencer a su padre cuando éste le dijo que tenía que ser “práctico” a la hora de elegir su profesión, y que mejor estudiara Leyes o Arquitectura o alguna ingeniería, o de perdido para profesor.
—Es que soy absolutamente práctico, padre —le replicó a su progenitor, que además iba a sr su mecenas por los cuatro años siguientes—. Mira, si estudio para doctor o para abogado, voy a ser un profesional mediocre, porque no me va a gustar la escuela. Pero si estudio Letras, le voy a poner toda la enjundia a mi vocación y podré convertirme en un gran escritor.
Esther Hernández Palacios fue práctica en toda su vida porque hizo siempre lo que amaba y amó todo lo que hizo.
A sus amigos que tanto la quisimos y que tantos éramos nos duele su pérdida. Nos consolamos sin embargo porque sabemos que hizo una vida plena en su paso por este mundo.
Ya estará ahora con su querida Irene recordando tantas horas juntas y olvidando la congoja inmensa de los Heraldos negros, que nunca pudieron doblegarla y a los que terminó por derrotar.
Hasta siempre, Esther, y ahí estaremos en el homenaje que te debe nuestra alma mater.
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