Después de ese ridículo “Esbozo”, en 1994 el académico Emilio Alarcos Llorach presentó la Gramática española, con una visión estructuralista que no fue muy bien vista por sus colegas reaccionarios y conservadores (¿dónde he oído esos adjetivos?).
Pues la RAE es así. En 1998, durante un encuentro de las academias correspondientes de España y América, que se realizó en nuestra Puebla, llegaron al acuerdo de avanzar por fin en la redacción de una gramática completa.
Y vean lo que hicieron: “En 2009 aparecieron los primeros dos volúmenes (dedicados a la morfología y sintaxis) bajo la editorial Espasa. A estos les siguieron dos versiones abreviadas: el Manual de la NGLE (2010) y la Nueva gramática básica de la lengua española (2011), esta última enfocada a un público general.? En 2013 apareció el volumen final dedicado a la fonética y fonología.”
Así son los académicos, y por eso no terminan nunca de acordar reglas específicas y terminantes. Busque usted en el diccionario de la Academia alguna palabra sobre la que tenga duda si se escribe de una manera u otra, y se dará cuenta de que pululan las respuestas del tipo: son válidas las dos formas. Y los consultantes nos quedamos en las mismas.
Es como cuando una hija le pregunta al padre si puede ir en la noche al antro y el progenitor le contesta: “Puedes ir o no”. Seguro que la niña hará su regalada gana.
Pues eso resulta con “sólo” y “solo”. La regla de la RAE es que se puede poner o no poner el acento diacrítico, a criterio del que escribe. ¡O sea que no hay regla!
Por esa actitud de no comprometerse con órdenes específicas, es que la gente que sabe escribir termina por no pelar a la Academia.
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