Niña aún, María conoció a Borges a los 16 años afuera de una librería de Buenos Aires. Le dijo que iba a estudiar literatura y ahí mismo se enamoró perdidamente de él, que era 38 años mayor. En ese encuentro quedaron de aprender juntos el idioma islandés, pero se reencontraron hasta que ella ya era una estudiante avanzada de literatura y se empezaba a especializar en la obra del autor de El Aleph.
Entre los amores mal correspondidos que padeció Borges toda su vida, María Kodama fue el desquite de tantos desaires que soportó su corazón de amante derrotado. Lo siguió en su obra y en su ceguera, y estuvo con él siempre a lo largo de todo el mundo, porque ambos eran viajeros incorregibles.
Jorge Luis murió el 14 de junio de 1986 en Ginebra, Suiza, donde había ido a tratarse un cáncer terminal y en donde se había casado por fin con su singular cuidadora el 26 de abril.
Y de ahí nació la leyenda de Kodama, que fue la heredera universal del autor argentino y se dedicó en cuerpo y alma a mantener vigente la obra de quien muchos consideran el mejor escritor argentino de todos los tiempos, si me perdonan Macedonio Fernández y Julio Cortázar.
En 1988, María echó a andar la Fundación Borges, que fue el asidero desde el que mantuvo la obra borgiana a salvo de charlatanes, defraudadores, amigos interesados, plagiarios, funcionarios argentinos y familiares hechizos.
Literata también, la hija del japonés Yosaburo Kodama y de María Antonia Schweizer, una argentina descendiente de alemanes, escribió varias obras sobre Borges y un libro de relatos.
Durante 35 años, hasta ayer en que falleció, la Kodama promovió el conocimiento de la obra borgiana y vigiló concienzudamente que se mantuviera exacta y perfecta.
En la localidad de Vicente López, un barrio del norte de la zona metropolitana de Buenos Aires, en donde estuvo por años su casa, María exhaló el último suspiro, víctima de un cáncer de mama, a los mismo 86 años a los que llegó su amado Borges.
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