Y de ahí empezó su égida por hospitales y consultorios, por laboratorios y curanderías, porque mi hermano que yo tanto quería iba a todas en su afán de ganarle la espalda a la enfermedad, a los cánceres. Es que una vez superada la leucemia, padeció de todas las neoplasias que usted se pueda imaginar, si sabe qué es eso, y a todas les ganó con su humor invicto y perenne, que muchos llegaron a pensar que era superficialidad y en realidad no fue más que el asidero de una fuerza orgánica descomunal y unas ganas de vivir que lo hacían ser feliz en medio de los bisturís y las quimios y las radioterapias y los piquetes en los brazos y en donde se pudiera, que terminaron por acabarle las venas, de tanto sacarle sangre para hacerle estudios y tanto meterle sueros para ganarle al temible padecimiento.
Con el bisturí le quitaron varios ganglios infectados y un pedazo considerable de intestino, así como dos tumores en el cerebro, pero nunca lograron borrarle la sonrisa ni las ganas de vivir a todo pulmón.
A mi hermano René lo desahuciaron varias veces en esos 23 años de su batalla contra los tumores malignos, pero él siempre salió airoso, como lo vimos a los pocos días de que le habían sacado un tumor del tamaño de un durazno de la cabeza:
—Me preguntan cómo me siento después de la trepanación —bromeaba mientras bailaba en la boda de su segundo hijo varón, Rodrigo— y yo les digo que como me decía un profesor de la prepa cuando le pedía un permiso imposible: “Estás operado del cerebro”.
Ayer René se fue de entre nosotros para alcanzar a doña Irene y al doctor Camilo en el cielo en donde están. Junto a él sus hijos queridos y su esposa -René, Rodrigo, Beatriz, Violeta- estuvieron hasta el último respiro de este gran guerrero que hizo una de las grandes hazañas de este mundo: vencer hasta seis veces a la enfermedad más canija de la historia.
Te recuerdo hermano y te quiero. Descansa en paz.
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