En varios asomó la juventud añorada del pasado institucional, de la intemporalidad revolucionaria, de los enormes recursos destinados a mantener el partido vigente y victorioso en cualesquiera de las elecciones que la democracia incipiente tuviera a bien inventar.
Regresaron las reuniones hasta altas horas de la noche, las interminables llamadas telefónicas, las ideas y las ocurrencias. Volvieron igualmente para los priistas históricos los días en que otra vez fueron solicitados para unirse a un grupo, para apadrinar a un político en ciernes, para convocar a sus contemporáneos, que volvieron a salir a la intemperie.
Por unos días pareció que el PRI había renacido en Veracruz, que iba por la recuperación de las glorias perdidas, que volvería a ser un competidor formidable, el paladín que enfrentara al Goliat del morenismo.
Pero las juntas se fueron espaciando, y se fueron haciendo cada vez más ralas. El entusiasmo fue decayendo sin remedio. El marasmo regresó como la enfermedad congénita que se ha enseñoreado en el priismo jarocho, en ese mismo que había logrado colocar a dos veracruzanos como presidentes de la República y a infinidad de paisanos en los cuernos de la luna gubernamental. Ese que mantuvo en un puño el poder estatal durante 85 años y que lo perdió inexorablemente cuando los muchachos llegaron al poder y no supieron qué hacer con él, porque no entendieron bien a su maestro y sólo les interesó el dinero.
Hoy, el infiernito está transformado en una calma chicha que no presagia nada, sino solamente que Fernando Kuri Kuri llegará a la presidencia del CDE sin mayor problema, y que llevará como su Secretaria General a Ana María Valdés y al grupo del que ella forma parte, incluido su esposo.
Después del devaneo, las aguas vuelven a su rumbo, el río vuelve a tomar madre y Fernando empieza su propia historia…
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