¿Nobel de la Paz para el aguerrido Andrés Manuel, que todos los días se pelea con sus adversarios: empresarios, periodistas (“¿Y Loré? ¿Y Loré?”), políticos de la oposición, miembros de su propio partido, padres de hijos con cáncer, médicos mexicanos, defensores de derechos humanos, sacerdotes y obispos… junto con Calderón y García Luna.
En todo caso, podría integrarse mejor un comité que proponga al Presidente para el Nobel de Medicina, por la consideración con la que trató al coronavirus, al que dejó que matara casi un millón de mexicanos que podrían estar vivos; por la forma en que evitó que se gastaran medicamentos contra el cáncer que podrían haber salvado la vida de miles de niños que hoy son angelitos (lo digo muy en serio); por la manera en que se ha mantenido con apariencia saludable a pesar de tantos males que lo aquejan, sin contar los del alma.
O el de Física, porque inventó una transformación etérea que está presente en las bocas de todos sus seguidores, pero no aparece para nada en la realidad.
O el de Química, debido a la manera en que ha logrado desaparecer organismos y presupuestos -sin que quede el menor rastro de ellos- que eran parte esencial de la vida de la nación.
O el de Literatura, por los prodigios de la imaginación que muestra cotidianamente en sus mañaneras y en otras declaraciones, todas cargadas de ficción y completamente desapegadas de la realidad, de la verdad.
Sí, en una de ésas el Patriarca podría aspirar a un Nobel, pero el de la Paz, ¡nunca!
Que no manche el locutor Silvestre.
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