Es esa misma violencia que se escupe todos los días desde Palacio Nacional, convertido en un tribunal sumario para que el presidente condene a la lapidación a todos aquellos señalados como “enemigos” de su “movimiento”, conducta más cercana al fascismo que a la democracia que por años juraron enarbolar y a través de la cual accedieron al poder.
Hoy esa democracia está seriamente amenazada por políticos que, como Andrés Manuel López Obrador y sus imitadores de cuarta, jamás han reconocido una derrota, que agreden a todo aquel que no les da por su lado y que han escalado del discurso violento a la agresión directa, como también pudo verse durante la pantomima encabezada por Cuitláhuac y su pandilla.
Las rabiosas hordas morenistas apostadas afuera de la Corte insultaron, persiguieron e incluso golpearon a reporteros que cubrían el circo montado por García Jiménez, reflejo claro de la irracionalidad y la brutalidad que representa este régimen que se basa en el odio y el resentimiento para mal gobernar dividiendo a la población y que, ante su monumental incompetencia para desempeñar responsabilidades que le quedaron demasiado grandes, se radicaliza cada vez más en contra de críticos, oponentes e instituciones a los que no han logrado someter.
La conducta de Cuitláhuac y su pandilla, así como de los grupos de choque que manejan las distintas facciones dentro de Morena, se asemeja cada vez más a la de los fascistas del siglo XX, como aquel grupo paramilitar italiano conocido como los “camisas negras”, cuya tarea era intimidar a la población y a los opositores con acciones violentas que iban desde el acoso verbal, hasta el hostigamiento físico e incluso el asesinato.
El discurso de odio, la violencia de género y la apología del asesinato son ahora expresiones recurrentes de la “4t”, que desde el gobierno replica muchas de las recetas fascistoides y que, irónicamente, llama “fachos” a quienes señalan sus horrores. Y mientras promueven con vulgaridad la violencia, ésta misma azota a Veracruz y al resto del país y desnuda, descarnadamente, su burda incapacidad. Si no es que su abierta complicidad.
Claramente, el gobernador y sus secuaces no representan lo que es Veracruz ni a los veracruzanos. Son vándalos que más pronto de lo que creen, encontrarán su verdadero lugar.
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