Y la cena de Navidad, y la borrachera inevitable de fin de año en que caían los señores grandes… y los muchachos entrones.
Misanteco de corazón, pero inmerso en una gran familia peroteña venida a enorme en Xalapa, compartía la fiesta con 10 tíos carnales y algunos políticos (tíos políticos, nunca políticos tíos), y una cincuentena de primos hermanos que se van desgranando (perdimos y extrañamos a nuestra querida Vicky Toledano, a la inolvidable Patricia Pineda Levet, a René Villegas, al entrañable Jaime Villegas, a Elvira y Gonzalo González Barradas, a Julieta y Hugo y Mario González Landa, pero persisten en nuestro recuerdo; perdí a mi hermano único, a René González Levet y con él se me fue la última parte de mi familia primera).
La época navideña era el reencuentro con los comerciales de buena fe, que casi te suplicaban que compraras su producto, con las tiendas abiertas de par en par pero honestas, que no te ofrecían gangas aparentes ni facilidades engañosas.
Cierto, no faltaban los codiciosos que iban con trampa tras los aguinaldos -la naturaleza humana es de siempre ambicionar más y sin medida-, pero ésos eran los menos, que de inmediato eran señalados por la fama pública: No compres en esa tienda, que venden productos malos o caros o robados o sospechosos.
Los faroles y los adornos navideños traían un poco de calor y luz entre los nortes implacables en la costa y la cerrazón de una niebla húmeda y despiadada en las montañas que no alcanzaban a quitarle la nostalgia a esa época llena de buenos deseos, de agradecimiento por un año más de vida.
Ya están llegando los aguinaldos y la Profeco insiste con su módico mensaje para todos los mexicanos de a pie, de que hay que tener cuidado al gastarlos e invertir en cosas necesarias… y llegarán también las compras suntuarias, los lujos innecesarios, las embarcadas con tarjetas que muchos ejercen con la ilusión de que son ricos por un momento, en desquite de tanta pobreza que hay que aguantar todo el año.
Llega diciembre… “y si una gracia el cielo a mí me puede dar, le pediré como regalo un día de Reyes, besar tus labios y estrecharte junto a mí”. Ay, Javier Solís…
[NOTA: este texto ya fue publicado casi igual antes, y lo reproduzco con autorización del autor, que soy yo mismo.]
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