Sin tacto.
Sergio González Levet.
 

Otras entradas
2025-07-23 / ¿Bautista contra la Gobernadora? ¡Puaf!
2025-07-22 / Morales lechuga en Xalapa
2025-07-21 / Héctor Coronel se pronuncia /2
2025-07-18 / Sucesión UV (23) Héctor Coronel se pronuncia /1
2025-07-17 / Ceda el paso y sea feliz
2025-07-16 / Carbonell con el G-10
2025-07-15 / Un cronista para Xalapa
2025-07-14 / Un gran traumatólogo veracruzano
2025-07-11 / El Señor K habla con el perro
2025-07-10 / Sucesión UV (22) Exmiembros prestigiosos de la Junta
 
Los gritones
2025-07-24

En los pueblos tropicales como el mío, los vendedores de paletas y nieves de sabores eran una verdadera bendición helada, que se aunaba a las delicias gastronómicas que hacían torcer los ojos y congelaban la lengua.


El nevero y el paletero -dos linajes de una misma variedad comercial, dos variantes mercadológicas de la guerra contra el calor, siempre renovada en los veranos de fuego y en la canícula desalmada- eran los modernos juglares que traían las mejores noticias, que no podían ser otras que las golosinas en vueltas en frutas y azúcar y aderezadas con su baja temperatura.


En Misantla como en tantos otros lugares, esos individuos cotidianos terminaron por convertirse en personajes indispensables del paisaje regional y humano. Mencionaré aquí los nombres que conocimos los chamacos de aquellos entonces y de esa tierra, pero la nomenclatura es lo de menos porque perviven en la leyenda con los nombres autóctonos que les dieron fama y permanencia.


Chunfo Zayas llegó casi a los 90 años cargando y empujando su carrito de nieves que fue casi siempre de una sola rueda, hasta que sus hijos y él mismo comprendieron que ya no iba a poder con tanto peso y lo sustituyeron por un vehículo también sin motor -de un hombre de fuerza, decía el inolvidable nevero- pero que tenía cuatro ruedas y hacía menos arduo el esfuerzo de llevarlo por todo el pueblo, con sus bajadas y subidas no tan pendencieras como la de Xalapa aunque sí cansadoras a la larga.


Chunfo guardaba el dinero en un cajón de madera y usaba la tapa al golpearla contra los bordes para hacer saber que estaba llegando con su cargamento lleno de ilusiones del sabor. Él hacía nieve de un solo sabor y lo cambiaba cada día: mango inusitado, coco totalmente comprometedor, cacahuate impensable, pero en


su abolengo nunca gritaba el sabor y sólo decía en un grito de bajo apagado: ¡Barquillos!


Un caso diferente era el paletero. El famoso Canelo, que era el hermano mayor de una familia que fue heredando el apodo; los canelos, ofrecía además de las golosinas friolentas las mieles de su humor inigualable, que lo hacían el personaje más divertido y divertidor de Misantla.


“¿Qué no oyen que es de limón?”, retaba a sus consumidores cuando faltaban a arremolinarse al carrito hecho de lámina y revestido de caucho para que guardara una temperatura que era imposible en el calor jarocho de la costa brava (o, viceversa, en el calor bravo de la costa jarocha).


A los jóvenes de la época, el Canelo les invitaba: “¡Órale, pajonudos!”


Chunfo y el Canelo, dos personajes inolvidables de todos los tiempos de los pueblos veracruzanos, que hoy recordé atravesado en los calores de esta estación que no tiene remedio entre lluvias y sofocones.


sglevet@gmail.com

 
Regresar a la Página Principal
Aviso de Privacidad
 
Comentarios
 
En Política al Día nos interesa tu comentario, es por eso que creamos este espacio para tí. Aquellos mensajes que contengan un contenido vulgar, difamatorio u ofensivo, serán eliminados por el administrador del sitio. Leer normas y políticas