El reciente caso del asesinato de la profesora jubilada y taxista Irma Hernández Cruz en Álamo es ilustrativo. Un hecho lamentable y doloroso que generó una cascada de desinformación, odio y violencia verbal, sobre todo desde centros de poder mediático fuera de Veracruz.
En su habitual rueda de prensa, la gobernadora abordó con seriedad el tema y permitió que incluso el médico legista explicara públicamente los resultados de la necropsia: un infarto, no una ejecución.
A pesar de eso, desde medios y perfiles con claros intereses ideológicos —como Pedro Ferriz y Raymundo Riva Palacio—, se impulsó una narrativa plagada de insultos, conjeturas sin sustento y una carga emocional desbordada. Los llamados “generadores de odio” que desde la comodidad del centro del país enjuician y polarizan sin responsabilidad, desestimaron pruebas, minimizaron hechos y magnificaron versiones.
Pero Nahle García no respondió con la misma moneda. Se mantuvo en su línea: informar con claridad, permitir la participación técnica, no caer en provocaciones. Esa postura la coloca como referente de una nueva forma de hacer política en Veracruz. Una donde la dignidad no es silencio, pero tampoco estridencia. Donde se gobierna con firmeza, pero sin odio.
Y en tiempos donde la palabra dicha ya no se puede recoger, es urgente que quienes tienen un micrófono recuerden que también tienen una responsabilidad importantísima con la sociedad.
Como bien afirmaba el catedrático y periodista oriundo de Ixhuatlán de Madero, Ramiro Guzmán Tesillos “no hay arma más poderosa que la palabra, pues una vez dicha, no hay absolutamente nada que la detenga, y el daño que provocará está, será inmensamente proporcional al poder con que esta fue lanzada”.
Es así como la política y el periodismo, no puede convertirse en campo de batalla permanente. Veracruz no lo merece, y su gobernadora lo entiende bien.
Al tiempo.
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