Cuando en una estructura administrativa, quien a nivel de dirección al frente de ella, es alguien que carece de conocimientos o experiencia, lo normal o lógico es que delegue funciones en el, o los jefes inmediatos inferiores en el organigrama, pero si tampoco los subalternos cuentan con preparación para su responsabilidad, lo administrativo tiende a volverse un caos. La improductividad e ineptitud se apoderan de la empresa. En el caso Veracruz con la administración de Javier Duarte, no solo ocurrió la ineficiencia, sino también el abuso y la improvisación, porque desde el inicio de su sexenio, el único secretario de despacho con experiencia en su rubro era Tomas Ruiz González, que además de haber sido Director de la Lotería Nacional, también fue Subsecretario de Egresos en Hacienda, a quien Duarte nombró Secretario de Finanzas y Planeación.
Su posterior asesor en prácticamente todo, Alberto Silva Ramos, fue en su momento alcalde de Tuxpan, a quien convirtió en Secretario de Desarrollo Social, Coordinador de Comunicación Social, Diputado Federal y nuevamente Coordinador de Comunicación Social. El perfil para el puesto era lo de menos, él quería escuchar, o compartir de manera horizontal con Silva Ramos las supuestas expectativas de triunfo político, o económico. Es de los pocos, o el único de trato de tú a tú, porque para el grueso de los funcionarios la reverencia al “Doctor” era obligada, la comunicación vertical, y magnificar el culto a la personalidad, eran ley. Al gobernador habría que decirle lo que él quería escuchar, no los problemas del estado, ni las necesidades de la gente, entonces los subordinados entendieron de qué se trataba, que además de mostrarle la oportunidad de hacer negocio con el presupuesto, el cumplido a la investidura era obligatorio. Y así la cosa administrativa marchó como los cangrejos para la población, no para los mandos superiores que vieron en los depósitos de las cuentas públicas, la oportunidad de oro para hacerse de “mulas Petra”, y vaya que lo hicieron.
En función de los caóticos resultados administrativos y de gobernanza, cabría preguntarse si el Doctor Duarte de Ochoa, tenía otros asesores, aparte de José Murat Casab, Enrique Jackson, el “cisne” Silva Ramos, ahora llamado el “pato Lucas”, que lo persuadieran de hacer tal o cual acción para edificar cosas provechosas para su pueblo. Para no hablar en el aire, me remito al programa Adelante, que presentó en mayo de 2011, con bombo y platillo, en escenario mediático, faraónico, como si fuera la presentación internacional de la estrella pop del momento. El programa pretendía ser el instrumento articulador de programas sociales, cuyo objetivo era disminuir en un 50% la pobreza y miseria de las capas poblacionales, ya detectadas a través de censos y directorios. Para ello uniformó a todo un ejército, con casacas con la inscripción del programa Adelante, y sería coordinado por el titular de la SEDESOL local, pero posteriormente recayó en el entonces Director del DIF estatal, Juan Antonio Nemi Dib. El proyecto sonaba bien, pero habría que darle el beneficio de la duda, porque carecía de presupuesto, y cada dependencia haría acciones concretas para alcanzar sus metas. De manera paralela los índices de pobreza en Veracruz eran los más altos a nivel nacional, y como si se tratara de un colmo, tres años más tarde, el estado registro medio millón más de pobres, por encima de cualquier entidad, medida e informada por el mismo CONEVAL.
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El programa Adelante se diluyo de manera silenciosa, nunca nadie dijo esta boca es mía. No hubo declaración del término del mismo, solo el rumor a principios del 2015 de que el programa desaparecía, poniendo al descubierto que su aplicación solo fue una simulación institucional, porque los líderes ya no recibían sus cuotas en especie, a la par que la clientela priista se sintió abandonada, utilizada. No hubo quien diera la cara. El cuerpo no tenía cabeza, ni quien hiciera un balance responsable del único programa de contenido social del gobierno. A pesar de la falta de credibilidad institucional, lo importante era remarcar que la deidad existía, producto de una estructura administrativa inepta y deshonesta, y una prensa anexa, acrítica, y sin el menor compromiso para señalar los desvíos de recursos, ni el incumplimiento con la población desprotegida.
Bajo aquel esquema, la organización estatal cumple fielmente la regla de que el culto engendra una jerarquía de los servidores del culto, porque toda divinidad necesita de obispos y halagadores. A la sazón, el culto humilla a quien lo profesa, como en el caso del gobierno, hoy los zalameros no hallan donde meterse, porque el aura creada al “señor” gobernador, es pagada con el dinero, la sangre y sudor del pueblo, al que además, se humillo y ofendió. La fantasía Duartista sigue manteniendo que cumplió con creces con los veracruzanos. Vaya inmoralidad, que pone al descubierto, o una patología orgánica, o de plano el cinismo del político artificial.
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