Con esa misma máscara acudió ante la prensa local para decir que él había cumplido en tiempo y forma la entrega de su declaración patrimonial. Se puso su careta de cínico para decir que sólo tenía dos casas, una de ellas de interés social, dos autos que le habían regalado y una cuenta donde le depositaban su sueldo.
Después, ante las acusaciones en su contra por el desvió de recursos, por el mal manejo del presupuesto y por no haber entregado cuentas claras ente la Auditoría Superior de la federación Javier Duarte se puso su máscara de cínico para decir que él a los veracruzanos no les debía nada.
Con esa misma máscara se presentó en el noticiero de Ciro Gómez Leyva a decir las mentiras que ya tiene bien aprendidas; no se quitó la máscara para acudir a su entrevista pagada con el periódico El Universal en donde dijo que no tenía prestanombres.
La cínica es la misma máscara que utilizó para hacer creer a sus amigos y adversarios que el presidente Peña Nieto era su “amigo” y que tenía todo su respaldo. Esa máscara se la tuvo que quitar el día que el presidente Peña Nieto le dio un descolón brutal. Entonces vimos el patético rostro de Javier Duarte, su rostro atribulado, entristecido y desilusionado.
Pero eso no le ha impedido seguir usando su careta. Es por ello que a pregunta de un reportero sobre cómo se encontraba él dijo que “a todo dar” y en él volvió a aparecer esa sonrisa cínica.
Señala Octavio Paz que el simulador a cada minuto debe rehacer, recrear, modificar el personaje que finge. Eso es lo que hace el todavía gobernador Javier Duarte. Duarte recrea, modifica y rehace el personaje que finge, porque sabe que no puede mostrar su verdadera cara. Debe hacerlo para que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confundan. Debe hacerlo para poder vivir en una paz artificial. De no ser así, de no usar careta, sólo mirarse al espejo sería para él una tortura. Él mismo no se reconocería, el mismo se repudiaría, el mismo no se soportaría.
Armando Ortiz
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