Tratando de encontrar la hebra de la enredada madeja en que se ha convertido la relación entre gobierno y ciudadanía, conviene analizar algunos indicadores, ampliamente probados, sobre la dinámica a seguir en un sistema democrático capaz de generar beneficios para todas las partes:
- Los ciudadanos casi siempre cumplen sometiéndose a las decisiones de la política, mientras los gobiernos que aspiran a un buen nivel de aceptación pública, tienen la obligación de buscar el justo equilibrio entre el cumplimiento de las demandas formuladas por la sociedad y su necesidad de ejercer el poder.
- La mayor parte de los ciudadanos, no responde a la clásica prescripción democrática, de que deben estar todo el tiempo involucrados, informados y activos en las cuestiones públicas. La mayoría de la gente no puede ni quiere ser activista de tiempo completo, aunque sí quiere resultados efectivos del gobierno.
- No se necesita una muy alta participación de la población para alcanzar el éxito de la democracia. No obstante, para asegurar que los funcionarios públicos cumplan con su responsabilidad, es esencial que un alto porcentaje de ciudadanos participe, tanto en los procesos electorales, como en aquellas causas o demandas que directamente les afectan.
- Mantener abiertos los canales de comunicación en la sociedad (hoy lo facilitan las redes sociales) contribuye a “motivar” a los funcionarios públicos a cumplir su responsabilidad con las demandas ciudadanas.
- Los niveles de participación muy elevados, para sorpresa de muchos, pueden actuar en detrimento de la democracia si tienden a politizar a ultranza a amplios segmentos de la población.
- Por el contrario, niveles moderados pero constantes de participación ciudadana mantienen el equilibrio entre los roles extremos de participación activa y demandante, y los de pasivo sometimiento a las reglas democráticas de convivencia.
- Una sociedad con amplios niveles de apatía, como la mexicana, puede ser fácilmente dominada por una élite poco escrupulosa (el caso de Veracruz) de modo que sólo la continua vigilancia de grupos significativos de la ciudadanía, puede prevenir los riesgos del autoritarismo y la corrupción flagrante.
Resumiendo. La mejor participación ciudadana para la democracia, no es la que se manifiesta siempre y en todas partes, sino la que se mantiene alerta; la que se promueve así misma cuando es necesario, para encauzar demandas justas que no son atendidas con la debida profundidad o para impedir las desviaciones o excesos desde el gobierno.
¿Cómo lograr esta dinámica de participación ciudadana efectiva? Primeramente, tiene que surgir de la propia ciudadanía; ser rigurosa en la selección de sus liderazgos, que sean capaces y comprometidos, para, en un proceso de autogestión, iniciar la construcción de redes ciudadanas temáticas, preparadas, informadas y prontas a actuar cuando sea necesario. Esperar que los gobiernos impulsen de motu proprio la construcción de ciudadanía, sería pecar de optimismo y resignarse a lo que venga desde la inútil queja. ¿Eso queremos?
rayarenas@gmail.com @RebeccArenas
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