En los tiempos de Fidel Herrera la cultura sólo era la “caja chica” de un gobernador ladrón. Con el presupuesto de la cultura pagamos la boda de uno de los hijos de Juan Maldonado, secretario de Educación de Miguel Alemán. En un tiempo resultaba absurdo que las políticas culturales estuvieran en manos de sujetos tan burdos como Salvador Torres Peralta, un contador de pacotilla que cuando se le pidió atendiera un asunto de presupuesto para un promotor de la cultura el señor sólo se limitó a decir al promotor: “No ande molestando al director (del IVEC) por esas cantidades (22 mil pesos), yo sólo resuelvo asuntos de 100 mil pesos para arriba”. Eso lo sé porque el promotor era yo. En su última etapa tuvimos en la dirección del IVEC a un alcohólico a quien la madrugada lo sorprendía en una cantina.
La cultura municipal tampoco anda nada bien. Baste ver quién es la titular; que nos baste eso para entender que al alcalde la cultura como el turismo le han importado muy poco. En una dirección pone a una persona sin trayectoria, ya no digamos inculta, y en la otra dependencia a un hampón.
Lo que está sacando adelante la cultura en nuestra capital son los grupos independientes, como los promotores de La Casa de Nadie, un espacio en el que se reúnen y coinciden diversas personas para regocijarse en el bienestar que les provoca la música, la poesía, las artes plásticas y por supuesto la danza.
La cultura está en las calles, en los espacios públicos, en los espacios privados, en la reunión de los amigos y en la soledad. Porque cultura es todo lo que hacemos y que nos ayuda a reconocernos; cultura es el esfuerzo que hacemos para que otros nos reconozcan, nos distingan. Cultura es el rostro con que nos mostramos a los demás.
La mezquindad es el enemigo de la cultura. Causa vergüenza que el cretinismo de un solo sujeto quiera cancelar el esfuerzo de muchas personas por convivir entre ellos, por convivir con el arte y la cultura.
No se debe cerrar La Casa de Nadie, que se ha convertido en un espacio donde se reúne la creatividad y el júbilo; no se debe cerrar ese espacio en el que se dan talleres artísticos que promueven y preservan nuestra cultura. Basta ya de la intolerancia y la mentira de sujetos a quienes les duele el regocijo de los demás.
Finalmente, Xalapa es el lugar en que nos tocó vivir, por lo que debemos aprender a llevarnos mejor; Xalapa es la casa de nadie, pero también es la casa de todos.
Armando Ortiz
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