Sangre, sangre y más sangre.
Es parte fundamental del relato, de esa irónica tragedia, construida al amparo de más de 28 mil desaparecidos en 12 años de gobiernos fallidos; en donde el secuestro, el levantón, la extorción, el robo, fueron parte medular del guion, que, para nuestra desgracia, no pudo conocer y construir el mejor de los representantes de esta fantástica corriente literaria.
Que sumada a la escalada de ejecuciones en lo que va de los nueve meses del gobierno del cambio, colocan a la sociedad, en un estado insólito de estrés postraumático, cuales combatientes de una guerra sin cuartel, sin más sentido que el seguir controlando los grandes negocios que representan el binomio autoridad y crimen.
Odio, odio, odio.
Y es que, si Gabriel García Márquez no hubiera muerto, habría podido quizá con el caso Veracruz, hacer una secuela de su novela “Del amor y otros demonios” en la que en el esplendor y decadencia de la América esclavista del siglo XVIII se escribió la historia de Sierva María de Todos los Ángeles, la marquesina recluida en un convento. Allí, donde enfrentará el prejuicio y la ignorancia de su tiempo, los horrores de la Inquisición y de la enfermedad incurable, y del dolor inagotable del amor sin esperanza. Su leyenda desbordante de magia trascenderá los siglos para cuestionar la naturaleza de la fe, de la pasión y aún, la opresión definitiva de la muerte.
Traiciones, traiciones, traiciones.
Esa muerte lenta, que sufren todos sus protagonistas, esa misma que se expresa en la desesperación del principal causante de los males, esa, que ahora señala, el reo, el recluso, el delincuente, convertido en realidad de la mano de una carta donde acusa de dictador al sucesor, porque en su construcción mental, no puede llamarlo de otra forma.
Y es que la rabia transmitida en toda esta historia, actuaria en paralelo, a esa escena donde un perro con rabia muerde a Sierva María de Todos los Ángeles, hija del Marqués de Casalduero, al inicio de la obra.
Maldad, maldad, maldad.
Javier Duarte es y será por antonomasia el ejemplo consumado de la maldad misma, traducida en su funesta actitud de víctima del sistema, de ese, al que sirvió y del que sin mayores miramientos se sirvió para robarse poco más de 180 mil millones de pesos, que hoy nadie sabe dónde están, ni como habrán de retornar al erario.
Mediante una epístola dirigida al director del Reclusiorio Preventivo Norte, el causante de la desgracia veracruzana, acusa, ser el centro de una serie de acciones emprendidas por el actual gobernador Miguel Ángel Yunes Linares en su afán de cobrarse las afrentas emprendidas durante los malditos 12 años de obscuridad en que sumieron al estado.
Venganza, venganza, venganza.
Típica de su actitud encubridora, refiere que está siendo presa de una cacería de brujas por parte de las huestes del actual dignatario, mismas que sufren el y todos sus ex colaboradores, con los que hasta hoy se dice solidarios, tras poco más de 10 meses de que dejará el cargo para emprender su graciosa huida, montar todo su entramado legal, y con ello, blindarse de toda posible ponzoña que le fuera inoculada.
El hoy impoluto reyezuelo caído en la desgracia, advierte que para poder demostrar sus dichos y detener la escalada emprendida por las autoridades Judiciales de Veracruz, se habrá de poner en huelga de hambre, cual mártir, cual cuasi santo y héroe de la revolución pacifista que encabezará el hindi Mahatma Gandhi a principios del siglo XX, en su afán por acabar con el control imperialista de la Gran Bretaña.
Atraco, atraco, atraco.
Ahora pues, después del mayor daño social, económico, institucional del que tenga memoria Veracruz, sus habitantes habremos literalmente de disculpar al sujeto responsable de esta barbarie.
Vaya con estos personajes del boom latinoamericano, tan bien descritos por otros grandes exponentes como el peruano, Mario Vargas Llosa, quien acucioso, se adentro más que nadie, en las formas amorfas de construcción de cacicazgos gobernantes, esos que plasmara en su novela “La fiesta del Chivo” en donde describe perfectamente al dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y sus secuelas.
Pero que no escapan del actuar de personajes como el mismo Francisco Franco, quien hiciera sufrir a España los horrores de una guerra civil, que dejó poco más de 580 mil muertos, por tan absurda forma de alcanzar el poder, obcecado por imponer el fascismo como forma de gobierno.
Ese con el que Duarte de Ochoa siempre se identificará, pues comparten, desde la misma voz chillona, -que ni con cirugía pudo mejorar- hasta con la forma dictatorial de mandatar su gobierno, en donde expresar las ideas fue castigado con la muerte de más de 20 comunicadores, que vieron en su administración el escenario más atroz para el ejercicio de la libertad de expresión.
Violencia, violencia, violencia.
Las muertes, asesinatos, desmembramientos de mujeres y hombres dedicados al mismo oficio que en su momento ejerciera García Márquez convirtieron a Veracruz en una de las zonas del orbe, más peligrosas para ejercer el periodismo.
Pero lo que el hoy no dice el supuesto perseguido político, es que se le acabaron las excusas y pretextos, se le acabo el manto protector que lo llevó a ser el remedo de dictador que fue, ya no hay más retorno a los favores consumados al amparo del poder, para garantizarse poder infinito, pues en la Residencia Oficial de Los Pinos, el dejó de ser tema y prioridad, tras la embarradera que siempre le caracterizó con el ahora caso Odebrecht, o con la red de empresas fantasmas que desnudo todo.
Y es que de algo estamos ciertos en toda esta novela, el discípulo supero al maestro, pero jamás aprendió, a tener la mesura que el maestro mostró; así por más que el mentor le exhortó a ser prudente, cauteloso, reservado, a no dejarse llevar por la tripa, esa que con su bonhomía que le caracterizaba, mandaba a pedir sus tortas en helicóptero hasta Córdoba, o sus tacos de Tomás en Veracruz para hartarse, para calmar esa ansiedad desenfrenada, que hoy de nueva cuenta lo retrata de pies a cabeza, como lo que es un sociópata.
Lo que clama Duarte, es ese grito desesperado, soterrado ante el evidente temor de que todos quienes le acompañaron, han cantado y habrá de seguir cantando, pues no tarda ya el desafuero del más cercano, del que siempre protegió, de ese que fue su fiel Sancho en la cabalgata por saquear a Veracruz.
La sentencia e instrucción ya fue dada, y no habrá poder político, ni humano que le alcance para llegar hasta los que faltan -incluida Karime y compañía-, pues jamás comprendió, que él no era el protagonista de toda esta historia, sino un personaje más en la trama.
Duarte y su mamadera de gallo evidencian pues, el preludio de un desenlace digno de una novela de García Márquez.
Al tiempo.
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